La Provincia - Diario de Las Palmas

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Meryem El Mehdati

Venga, circule

Meryem El Mehdati

Derecho a réplica

Hace cosa de unas semanas, una periodista afirmó en un programa de televisión de esos que tanto detesto que los jóvenes no nos estamos comprando casas (no nos estamos metiendo en hipotecas de 30 años o más, vaya) porque despilfarramos nuestro dinero. Este despilfarro se produce en los bares. Cientos de miles de españoles preferimos tomarnos algo en el bar de la esquina a ahorrar ese euro cincuenta o dos euros para adquirir una primera vivienda. A los pocos minutos Internet se llenó de chistes, quejas, comentarios e historias personales de esos jóvenes a los que la periodista toma por tontos de bote. Muchas veces participo en esos chistes de Twitter. Saqué una foto de un café que me estaba tomando en mi cafetería de siempre en mi banquito de siempre y la subí a Twitter y a Instagram con texto brevísimo que venía a decir algo así como “Ahí va la entrada a un ático en Ciudad Jardín”. Cuando tengo la impresión de que alguien se está riendo de mí en mi cara suelo ir y reírme de esa persona de vuelta, ya no digiero bien que alguien me intente tomar el pelo. Será cosa de la edad, no lo sé.

Si dejase de tomarme ese café que me bebo cada día podría ahorrar unos 730 euros al año. Supongo que esa periodista tiene razón, supongo que el hecho de que nuestros sueldos sean una broma (obviemos para el propósito de estas líneas mías que Canarias tiene la tasa de paro juvenil más alta del país, un 42.3%), el encarecimiento del mercado de la vivienda o el agujero de la inflación no tienen ningún peso para ella en la lógica de su argumento. A los jóvenes no nos da la gana de comprarnos una casa y punto. A las horas de participar en ese programa de televisión, la periodista añadió en Twitter: “Y, sin embargo, sigo diciendo la verdad: viajar al extranjero, salir de copas, comprar caprichos y comprar una casa… son los mundos de Yuppie. Ninguna generación ha hecho tal cosa”. Desde luego, los jóvenes de hoy en día no queremos vivir como auténticos desgraciados. De vez en cuando nos damos caprichos: una planta rebajada de supermercado con aspecto de estar a dos horas de quedarse tiesa, un aguacate del tamaño de un huevo duro, un armario zapatero del IKEA. Todo el mundo parece tener una opinión sobre nosotros, poquísimas son buenas. Nos lo dieron todo regalado, ángeles o demonios, lo cierto es que siempre hay un cincuentón furibundo con personas a las que les saca veinte años o más y que no para de refunfuñarle a una nube. Tenemos la culpa de todos los males que aguijonean a la sociedad: la baja natalidad, el cambio climático (que nos hemos inventado por ser unos flojos y no aguantar unos 40 grados de nada), el precio del aceite de girasol y el florecimiento de los patinetes eléctricos mal aparcados. Nos hace falta una guerra, una mili, pasar hambre. No tenemos idea alguna de nada, vivimos en “los mundos de Yuppie” y cuando nos demos cuenta será demasiado tarde. Ellos no estarán para sacarnos las castañas del fuego. Lo dicen como una amenaza, me suena a una bendición.

Pocos días después, la periodista publicó una columna en uno de los periódicos en los que escribe y habló un poco por encima de que Internet se ha convertido en una especie de lodazal en el que el debate intelectual ya no tiene cabida y donde los usuarios acosan sistemáticamente a cualquier persona que les lleve un poco la contraria. Si bien es cierto que Internet se ha convertido en un entorno un tanto hostil en el que además se difunden bulos las veinticuatro horas del día, lo que muchos periodistas no parecen soportar es precisamente ese “debate intelectual” en el que tanto ansían participar. Las redes sociales han otorgado a millones de personas un derecho a réplica directa que antes no tenían: ahora puedes responder a un artículo al segundo de que se haya publicado y puedes hacerle saber a la persona que lo ha escrito que se está inventando sus datos y que las cosas no se hacen así, sea uno de la generación de la que sea. Los que no paran de mofarse de personas que han vivido dos crisis económicas encadenadas no llevan nada bien que se les corrija o se les pida explicaciones, sobre todo cuando afirman que no nos compramos casas porque nos pasamos los días llenando los bares. Si en este país hay una generación cierrabares desde luego no ha sido la mía sino la suya. La vida y los datos ya son lo suficientemente agridulces como para no tomarnos ese café o comprarnos ese aguacate. A ver si con un poco de suerte dejamos de escuchar auténticas tonterías sin fundamento mientras nos lo comemos.

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