La Provincia - Diario de Las Palmas

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El lápiz de la luna

Mi abuela, el moño y el gallo

El gallo cantaba muy temprano, pero ella siempre, no sé cómo, le ganaba algunos minutos. Alguna vez, cuando la curiosidad, el insomnio o el cacareo del animalito me desvelaban la vi hacer una mueca de satisfacción frente al espejo por haberle robado esos segundos al despertador de la naturaleza y supongo que, a su edad, era toda una victoria. Mi abuela era como el gallo, que desde el primer canto del día quiere hacer valer su posición jerárquica y su sexualidad. Los gallos, como muchos otros animales, son aves territoriales y una de las formas que tienen para mostrar su poderío es a través de su canto desafiante. Creo que mi abuela hacía gala de su poderío con sus grandes madrugones y su tenacidad inquebrantable. A mí me gustaba observar con los ojos entornados y llenos de legañas la altanería de mi abuela, que era alta y fuerte como buena mujer de campo que empezó a labrar las tierras con apenas nueve años, cuando se quedó huérfana de madre y le tocó sacar adelante a la familia. Aunque tuvo una buena madrastra, mi abuelo se casó por segunda vez, ella siempre fue muy independiente. Quizá descubrió a muy corta edad que a la vida o le plantas cara o te da la espalda. Por eso me gustaba observarla cuando se mofaba del canto tardío del ave con aquella media sonrisa mientras se enrollaba el pelo en un moño alto bien repeinado que sujetaba con horquillas. Nunca he sabido hacerme el moño como ella. Ni robarle tiempo al primer canto del amanecer. Soy más de posponer alarmas. Lo que sí heredé fue sin duda plantarle cara a la vida hasta en mis horas más bajas. En sus últimos años, cuando no le quedó más remedio que asumir que el cáncer avanzaba por su cuerpo como un tsunami llevándose por delante su vitalidad e inundando de tristeza los recuerdos de la mujer que fue, mi madre o mis tías intentaban peinarla y ella, con ese carácter tan suyo, las miraba, les arrebataba el cepillo y se hacía el moño, tan perfecto que no podía evitar un gesto triunfante ante los ojos incrédulos de las mujeres que la atendían con diligencia. ¡Menudo personaje era mi abuela! Hoy fueron desfilando todos estos recuerdos por mi memoria porque tenía los ojos abiertos antes de que el gallo de la finca en la que estoy dejara clara su posición jerárquica y su sexualidad, y yo me reí para mis adentros porque, o me estoy haciendo mayor o empiezo a parecerme mucho a mi abuela, pero me supo haberle robado esos segundos al ave y, en cierta manera, a la vida. El moño, en cambio, sigue igual de mal hecho, lleno de pelos rebeldes que se niegan a doblegarse. Será cuestión de tiempo…

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