La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

Crónica negra en la ciudad

La crónica negra de los ricos no se parece nada a la de los pobres, aunque los primeros también lloran y sufren. Los pudientes, como decía una tía abuela, usan todo tipo de eufemismos para descuartizarse unos a otros lentamente, mientras que los menesterosos, dicho así por un tío lejano, se hacen daño en un pispás, en un abrir y cerrar de ojos. Potentados como los marqueses de Urquijo, Eufemiano Fuentes o Chanrai siempre dejan tras de sí una estela plagada de leyendas que nutren para siempre la crónica negra. Los necesitados, a no ser que hayan colocado un explosivo, desaparecen del mapa y ya está. Ni el propio cronista realiza un esfuerzo mínimo para decorar la desgracia que protagonizan o que padecen, caen con los párpados desprendidos entre los materiales de derribo. La opulencia, en cambio, acelera el corazón y el morbo, sobre todo si el relato de los hechos se circunscribe bajo esa tensión palpitante que cubre la posesión de los bienes, cuyo estallido se va retrasando enmascarado entre conjuras y silencios. Los plutócratas creen que la vida se puede controlar de la misma manera que las finanzas, pero no es así. En miles de ciudades de provincias hay dramas que desean pasar desapercibidos, cubiertos por el espesor del aburrimiento o limitados a los entreactos enfangados en cuchicheos untados con aceite de anchoa. El descorche de la botella, la expulsión definitiva del gas atrapado entre las cuatro paredes es terrible: cientos de dedos avariciosos rascan hasta perder las uñas sobre la crónica negra. Sobre todo los adinerados, conocedores del tormento, se entregan frenéticamente a la causa, destripando intimidades, maldades y corazonadas. En su mayoría, la masa social no está en las claves, sólo se atreve a formar una ‘o’ de asombro con los labios, incrédula de que algo tan tremendo haya podido ocurrir en una época en que los alisios reconfortan. De esta manera, como la papaya madura que naufraga en zumo de naranja, acaba elevándose el último perfil de la genealogía que está tras el árbol cuyas ramas tratan de ser rectas pero se doblan.

Compartir el artículo

stats