La Provincia - Diario de Las Palmas

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José A. Luján

Piedra Lunar

José A. Luján

La isla interior

Aunque a primera vista lo pueda parecer, no vivimos en una sola isla ni esta tiene una sola denominación. Podría ser un equívoco que venimos arrastrando desde el momento en que nos arraigaron a un territorio. Los progenitores nos marcaron el escenario en el que desarrollamos nuestra existencia. Al norte, los límites son con tal barranco o con tal playa, y al sur con esta planicie o este otro caserío. Sin querer, estábamos recibiendo en nuestras propias costillas la primera clase de geografía. La isla, en la edad adulta, se nos presenta como un conjunto de fragmentos, como si se tratara de un muestrario, ya que no es lo mismo un pueblo del norte que uno del sur, y no digamos los caseríos de medianías y cumbres. Los pueblos tienen su idiosincrasia y no son homogéneos ni en su geografía física ni en su estructura urbana ni humana. Y no todos los que la habitan conocen su isla en plenitud. Y todos tan felices.

En hablando de grandes comarcas, casi siempre se hacen presentes la costa, las medianías y las cumbres para ordenar espacialmente la isla. Puede ser una primera clasificación. Pero enseguida podemos observar nuestra ciudad capital que se ha engullido a todos los pueblos del interior por lo que no tardó en emerger el concepto de isla vaciada, mucho antes de su aplicación al territorio mesetario. La economía turística creó una dinámica novedosa de tal manera que se fueron creando nuevos estilos en la clase trabajadora de las islas. Entre las décadas 1970-1980 el mundo sociolaboral vivió una convulsión en su acepción rural con cambios conductuales que le dieron al isleño una manera distinta de ver el mundo.

No obstante, hubo que esperar a la integración europea y a los programas de desarrollo para que se produjera el salto a la modernización de infraestructuras y al autogobierno en los diversos aspectos de la construcción social. La isla interior dio una vuelta de calcetín. Lo rural quedó prontamente superado, junto con el cambio social surgido a partir de una población envejecida.

Sin embargo, la pandemia vino a ralentizar muchos esquemas de progreso y, de pronto, en los tres últimos años nos hemos visto abocados a un sinfín de siniestralidad: junto a la covid 19, una crisis geológica creada por el volcán palmero, incendios incontrolados, la incesante inmigración, la destrucción del tejido productivo con el cierre de pequeñas y medianas empresas. La isla comienza a vivir una asimetría económica arrastrada por el sector turístico.

Los micropoderes municipales, aun teniendo en el entorno inmediato asuntos de envergadura social, hacen que los pueblos pronto cambien su fisonomía y la población autóctona ha visto la oportunidad de recuperar en parte el ritmo anterior a 2019, sin desviar esfuerzos en cuestiones baladís. Este verano, que atravesamos con el dolor de los incendios en múltiples latitudes continentales, con un evidente cambio climático, se ha convertido en la vara de medir el punto en el que nos encontramos. El ritmo prepandemia parece que ha vuelto al escenario de algunos años atrás.

Observamos que los pueblos experimentan un grado de integración a partir de fenómenos festivos. El formato cuasi verbenero, más festivales de música al aire libre, incluso a partir de media tarde como novedad que se consolida, son expresiones que ayudan al soporte social. La isla de norte a sur, en medio de la canícula veraniega, tiene quien la cante y quien la ayude a crear una nueva identidad.

Todo ello ha de ir acompañado con el apoyo institucional desde las diversas líneas que, con parámetros de progreso, trabaje por objetivos equilibradores. Esperamos que en la actual coyuntura, a pesar de la tremenda incertidumbre que nos invade, podamos dar saltos cualitativos para que las buenas voluntades no se pierdan por los desagües.

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