La Provincia - Diario de Las Palmas

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Juan Francisco Martín del Castillo

Mal de altura

En el mundo, hay tres tipos de frustrados: los conscientes, los melancólicos y los reventados. El primer grupo lo componen aquellos que, sabedores de su incapacidad o impotencia, la asumen y, en cierto modo, conviven con ella, la hacen su compañera. El segundo lo integran los afligidos por la tristeza y la pesadumbre por no alcanzar el objeto de su ambición. En cambio, el tercer grupo es el más curioso, incluso el más atractivo desde el punto de vista social y hasta científico. Los reventados son, por así decir, un fenómeno de la realidad.

El que ha sufrido un reventón a causa de la frustración responde a un patrón de conducta similar, provenga de una extracción humilde o sea hijo de la aristocracia. El reventado luce una imagen de apariencia ganadora, propia del que ha conseguido el éxito y el aplauso social, aunque, en el fondo, manifieste un rencor exacerbado hacia quienes cree que están detrás de su fracaso, de la pérdida y fatal abismo de sus aspiraciones. Da exactamente igual que hablemos de un político que de un presentador de televisión.

Precisamente, esta combinación es la que, en los últimos días del estío, ha vuelto a la palestra, pero en un sentido inverso al esperado. El locutor, el trabajador del entretenimiento y la estrella mediática son los que han desarrollado los síntomas del reventón, mientras que el político –la política, en este caso– es la diana de las invectivas del rencoroso. La penúltima conocida del personaje del popular Sálvame, el famoso interlocutor de Pedro Sánchez en horario de prime time, el añoso mancebo del agotado Ángel Gabilondo, en fin, nuestro particular narciso Jorge Javier Vázquez ha sido asaltado por el mal de altura en el lejano Perú. Y, en lugar de acordarse de los seres queridos, mostró, primero, un desaforado interés por exhibirse en las redes sociales –nada extraño en el ínclito, por cierto–, para, no mucho después, señalar en sus mensajes a aquellos que siente como responsables planetarios de sus dolencias anímicas.

En su reventón paroxístico, el catalán de Badalona llegó a dejar claro en redes que, en caso de fallecer, le cantasen al oído una tonada de Paloma San Basilio, la misma que, según cuentan los que de esto saben, también hacía las delicias del Emérito en sus tiempos. Parece que la peor de las horas une a los enfrentados, incluso hasta los que no se pueden ni ver. Pero es que, además, en un acto que le honra, proponía que le dieran «un día libre a Ayuso». Como siempre, a todos los intolerantes, sea cual sea el momento, hasta el de la negra parca, les da por imponer su mísera voluntad. Así, pues, el reventado de Telecinco imagina que la política madrileña es la urdidora de su aciago destino, ignorando que la suerte corrida por su persona es el fruto de sus acciones.

¡Ay, Jorge Javier! El bufón de la izquierda caviar, el postulante de un Sálvame de «rojos y maricones», ha tocado fondo, aunque haya sido a casi tres mil metros de altitud. Sí, en Machu Picchu, donde los dioses de un tiempo antiguo todavía se pasean junto a los cóndores, el presentador ha revelado su íntima condición de rencoroso patológico. Ni hasta en la muerte, que afortunadamente no llegó, ha sido capaz de vencer lo peor de su personalidad.

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