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Eduardo Jordá

Observatorio

Eduardo Jordá

Simone Weil y la guerra

En el invierno pasado todo el mundo hablaba de la guerra de Ucrania. Ahora, casi nadie se acuerda ya de esa guerra lejana, y si sale a relucir, es únicamente para justificar las restricciones al consumo energético y los problemas de la inflación desbocada (una excusa perfecta, solo que falsa, como casi todas las excusas perfectas). Hace poco, los ucranianos mataron a una mujer que combatía con las tropas rusas y que tenía fama de ser tan cruel que la llamaban Lady Muerte. Cuando leí la noticia, me acordé de una de las propuestas más extraordinarias que se han hecho jamás sobre la intervención de las mujeres en una guerra. La hizo otra mujer, Simone Weil, en el otoño de 1942, cuando trabajaba en Londres al servicio del Gobierno de la Francia Libre del general De Gaulle.

No sé si hace falta decirlo, pero Simone Weil fue una de las más grandes pensadoras del siglo XX (y cuando digo pensadoras, me refiero a hombres y mujeres, que quede claro). Después de huir de Francia tras la ocupación nazi, Weil llegó a Londres y se incorporó al pequeño círculo de colaboradores del general De Gaulle. En el otoño de 1942 redactó un informe en el que proponía un plan para incorporar a las mujeres a la lucha contra los nazis. Simone Weil creía que la bondad y el sacrificio se podían trasmutar en una energía moral que tuviera la misma potencia que un arma de guerra. Simplificando, Weil creía que había una energía femenina fundada en la bondad que podía oponerse a la energía masculina fundada en la crueldad. Y su idea era crear unidades de enfermeras vestidas de blanco –el simbolismo del color del uniforme era muy importante– para que atendieran a los heridos y a los moribundos en primera línea del frente. Era indispensable que esas enfermeras estuvieran en primera línea y compartieran los sufrimientos de los soldados. Y era indispensable que los soldados enemigos fueran conscientes de su actividad. En definitiva, lo que quería Weil era desmoralizar a los nazis a través del sacrificio de unas mujeres que solo actuaran por amor.

Curiosamente, Simone Weil se inspiró en el valor suicida de los combatientes de las SS. Solo que ella quería contraponer el valor suicida de unas enfermeras a la inhumana crueldad de los soldados. «No podemos aspirar a reunir más valor que las SS –escribió en su informe–, porque eso sería cuantitativamente imposible. Pero nosotras podemos y debemos demostrar que nuestro valor es cualitativamente diferente, porque es un valor que tiene unas características mucho más raras y mucho más difíciles de alcanzar. Nuestro valor no surgiría del deseo de matar, sino del deseo de soportar, aun a costa de afrontar los mayores peligros, el prolongado espectáculo de las heridas y del dolor, lo que supondría un sacrificio de mucha mayor calidad que el que ponen en práctica los jóvenes fanáticos de las SS». Ese sacrificio, creía Weil, acabaría desmoralizando a los nazis y les haría deponer las armas. Simone Weil, además, pidió ser lanzada en paracaídas sobre la Francia ocupada para crear sobre el terreno esas unidades de enfermeras.

«¡Esta mujer está loca!», exclamó el general De Gaulle cuando leyó el informe. Sí, claro, en términos militares la idea era un disparate, pero ¿estaba realmente loca Simone Weil? Weil creía que los soldados enemigos no se atreverían a disparar si supieran que había miles de mujeres que simplemente se dedicaban a cuidar a los heridos y a consolar a los moribundos. Ellas representarían el amor contra la fuerza bruta, el sacrificio contra la violencia. Por supuesto, Weil creía que todas las mujeres eran tan valientes como ella, que había combatido con la Columna Durruti en el frente de Aragón durante el verano de 1936 (aunque ella no llegó a disparar un solo tiro). Pero eso era muy discutible. En realidad, había pocas mujeres, y muy pocos hombres, que pudieran considerarse tan valientes como Simone Weil. Pero aun así, es indudable que la idea de convertir la energía femenina que surge de la bondad en un arma de guerra resulta asombrosamente seductora.

Puede que Weil estuviera loca, tal como opinaba el general De Gaulle (que también admiraba su coraje), pero eso es lo de menos. Esa idea de convertir la bondad en un arma de guerra nos resulta tan singular, tan inexplicable –y quizá tan certera–, que uno tiende a aceptarla por puro instinto, sin cuestionarla, simplemente cayendo de rodillas como hizo Simone Weil en una capilla de Asís cuando sintió la presencia de una fuerza mística contra la que nada podía hacer: «Algo más fuerte que yo me obligó, por primera vez en mi vida, a ponerme de rodillas». Y eso es lo que Simone Weil –imagino– pretendía que hicieran los soldados enemigos cuando vieran a las enfermeras vestidas de blanco: que se pusieran de rodillas. Y yo, no sé por qué, estoy seguro de que lo hubiera logrado. Qué mujer, qué mujer.

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