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Pilar Galán

Tribuna abierta

Pilar Galán

Tener vocación

El término vocación suele usarse de forma engañosa, como excusa para exigir horas extras no remuneradas, condiciones peores en el trabajo y una dedicación total a expensas de la propia vida. Quien tiene vocación parece abocado a descuidar a su familia, su ocio y su formación para lanzarse de cabeza sin medir las distancias y sin evaluar posibles daños. Criticamos a los docentes, a los profesionales de la sanidad, en general a todos los que trabajan con personas, si creemos que no tienen vocación. No se la exigimos a los políticos, claro que tampoco les exigimos formación, así que el libro de reclamaciones no está a nuestro alcance. Hay quien tiene claro desde muy pequeño a qué se quiere dedicar cuando crezca, y hay quien lo descubre a una edad más avanzada. Sea como sea, encontrar aquello que te gusta, aquello a lo que quieres dedicar tu vida, resulta tan gratificante como esclavo, tan lógico como irracional. Yo supe desde pequeña que quería dedicarme a dar clase. Entiendo el mundo cuando escribo sobre él, y comprendo mejor lo que estudié cuando soy capaz de transmitirlo. Muchos de los conocimientos de la facultad cobraron sentido cuando tuve que convertirlos en algo más digerible para mis alumnos. Me gusta dar clase, no todos los días, no todas las horas, a veces ni siquiera todos los años, no vamos a ponernos estupendos ahora. Depende de muchos factores, entre ellos, tu propio estado de ánimo. Hay un momento gozoso que suele pasar muy pocas veces, en que estás explicando algo que atrae su atención, no sabes cómo. Ese silencio, esos ojos de comprensión, dan sentido a todo un día de trabajo. Lo demás, el papeleo, las leyes educativas, con cuántos suspensos se pasa o no, es puro ruido cuando cierras la puerta del aula. Importan ellos, el reto de cada curso, las mariposas en el estómago que siento cada septiembre. Me gusta notarlo, dormir mal el día anterior, saber que me espera un año por delante para conseguir que me escuchen y saber escucharlos.

Es septiembre, en nada las aulas volverán a llenarse y comenzará un curso con otra ley educativa nueva. La vocación y el trabajo de tantos profesores y maestros, el interés de tantos padres y el entusiasmo de tantos alumnos volverán a conseguir que el curso funcione, a pesar de todo. Pero cada año resulta más difícil. La vocación no puede con todo. Les ha pasado a los médicos en la pandemia, les pasa a casi todos los que trabajan con personas. Por eso, este septiembre habrá que respirar más hondo, y recordar por qué nos dedicamos a esto tan extraño de enseñar a quien no siempre quiere aprender, con la esperanza cada vez más tenue de que se produzca el milagro, reine el silencio y consigas transmitir tu vocación, ese término tan engañoso, cada vez más necesario.

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