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Tribuna abierta

La piscina es otra cosa

Esperábamos al borde de la piscina a que terminara una clase para empezar la nuestra. Lo mismito que en el metro, dejamos salir antes de entrar y nos cruzamos un par de docenas de algún señor y muchísimas señoras con bañador y gorro bien encasquetado. Mírennos: somos como nadadoras de sincro pero más gordas. O más flacas. Un desorden de cuerpos. En televisión los equipos de natación sincronizada llegan con el rigor de una marcha militar. Y tan iguales. Y cuando no, se colocan en fila de la más baja a la más alta y sus cabezas dibujan una línea perfecta en el horizonte. Por eso ellas pueden permitirse tocados de lentejuelas y nosotras nos zafamos en un gorro de licra de colores aburridos como nuestros bañadores. Los estampados de rayas marineras o de flores y hasta el yellow polka dot bikini viven, con los pareos de lagartijas, en la playa. Aquí la gama cromática va del negro al gris o azul muy oscuro. O negro o azul muy oscuro con una exigua veta que trata de fingir color. Pero no cuela.

Aguardando en la hora punta de la operación salida-entrada del agua, una mujer contaba de otra que había intentado pedir una plaza pero ya se han agotado. “Es septiembre —contesta una de las veteranas—. Septiembre es como enero. Todos con propósitos. Que espere un par de meses, que enseguida se les pasan”. De la boca de esta mujer ‘propósitos’ en absoluto suena a ‘objetivo’ o ‘determinación’, qué va. Que venga la Real Academia y lo incluya —con la voz de esta señora— como sinónimo de ‘ínfulas’, de ‘cantamañanas’, de ‘vaya unos sobrados’… Como si alguien se te acerca llamándote ‘guapita’ o ‘bonita de cara’. Huye.

Ahí, entrando mi pie izquierdo en la piscina me doy cuenta de que el tono de la voz debe valer por lo menos un ochenta por ciento del significado final de una palabra. Pero tiene toda la razón. Septiembre y enero deben ser los meses en que más flojos se delatan. El que quiere dejar de fumar, quien de verdad quiere dejarlo… tira el paquete de Ducados. No espera a septiembre. Quien de verdad quiere aprender inglés, ve ‘Downton Abbey’ en versión original. Yo por si acaso, desconfiaré del guapo que me diga que quiere casarse conmigo, pero en septiembre.

Fui previsora sin saberlo y a la piscina me inscribí en junio. Por supuesto empecé con unos largos y una cosa llevó a la otra y acabé apuntándome a TODO: aqua gym, aqua pilates, aqua pump… absolutamente cualquier cosa que empezara por aqua. Se me debe haber puesto tal aspecto de rana que un amigo el otro día en una terraza, mientras se entregaba a una de sus escasas actividades físicas; el levantamiento de tercio, me comentó resoplando espuma de cerveza: “¿De verdad, piscina? ¡Uf, qué pereza estar entre tanta gente tan pendiente de su cuerpo!”. Y resoplé de vuelta que qué va, que la piscina es otra cosa. Soy de las muchas afectadas que abandonaron el gimnasio al llegar la pandemia. Después, entre restricciones de aforo, mascarilla… sinceramente, no me animé a volver y cuando para junio me resigné a que ya no habría nada más parecido a aquella vieja normalidad, sopesé, además de mi antiguo gimnasio otras posibilidades y así, llegó la piscina. Y la piscina es otra cosa. El gimnasio sí que era territorio de hombres con cuerpos esculpidos y de mujeres con alisado japonés y uñas imposibles que compartían en directo cada una de sus rutinas en historias de Instagram. Salvo en septiembre, claro, que llegaba la marabunta “con propósitos” y chándal de Decathlon; hasta que al ver que mucho antes que las abdominales, lo que llegan son agujetas, dejaban de venir, que todavía no de pagarlo. Eso ya para el siguiente propósito: el de año nuevo. A ver, no, no es que en el gimnasio sean todos tarados. Yo he ido muchos años y claro que hay gente estupenda, pero la piscina… la piscina es otra cosa. Ya el gorro es una criba que alisados y extensiones no resisten; ni probablemente las pestañas o las uñas postizas. Así que en lo relativo a las féminas, sin insinuar en absoluto que una mujer con adhesivos sea menos auténtica, sí puedo garantizar que en la piscina somos más agrestes y que eso es algo muy bueno. Pero es que además, en todas estas clases a las que voy coincido con hombres y mujeres que están por prescripción médica; como parte del tratamiento de recuperación o paliativo de enfermedades terribles. Y eso nosotros, que somos los ‘más jóvenes’. Quienes salen de la clase anterior son el grupo de mayores, algunos octogenarios, con un bastón esperando apoyado en la barandilla. Con sus cuerpos empapados sin trampa ni cartón. Mírenlos: sonriendo.

Ahí, entrando ahora el pie derecho en la piscina me doy cuenta de que es lo más parecido a envidia que he sentido jamás. Cuando tenga su edad quiero ser como ellos. Incluso ahora, caramba. Porque el agua tiene esa cosa que transparenta la resiliencia o las ganas, y tras los largos hasta diría que en el mundo hay dos tipos de personas: las que viven todo el año y las que viven en septiembre. @otropostdata

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