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Juan Cruz Ruiz

Notas de un espectador

Juan Cruz Ruiz

Guillermo Toledo, «la libertad de molestar»

De quién es la libertad? ¿Del conforme o del inconformista? ¿Tuya o mía? ¿O la libertad es de todos y cada uno debe defender la ajena para que la libertad sea digna de ese nombre? Es como la verdad. Recuerdo una canción que nació de unos versos de Pedro Lezcano: «Gentes hay que van diciendo ser dueñas de la verdad/ la verdad no tiene dueño».

En periodismo tenemos muchas dudas, que no todos los periodistas expresan o expresamos, sobre cuáles son los límites de la libertad de decir, y en la vida común, es decir, donde ocurren las noticias o los hechos a los que debemos referirnos, estas dudas son multiplicadas por la conciencia o por las ideas de cada uno.

En tiempos de Franco, por ejemplo, se decía que esta era una nación «grande y libre», y no era verdad, en absoluto, la segunda de las premisas, pues aquello fue una dictadura, hasta el final, sanguinaria. No permitía la convivencia de libertades, sino tan solo una libertad, la de los que ya la tenían para impedir la libertad de los otros, a los que encarcelaba o seguía matando. Era un país no libre, una dictadura, a la ahora sacan brillo ultras ante los que hacen la vista gorda los que, por otro lado, se predican de la libertad, cuando en realidad se dedican a mirar por un agujero lo que se dice o lo que se calla que ellos pudieran usar para apropiarse de la libertad e impedir la libertad de los que no piensan como ellos.

En estos últimos años, demasiados años, un perjudicado de esta hipocresía, que calificaría de inmensa si no hubiera sido educado en la máxima de que el periodismo no adjetiva, ha sido Guillermo Toledo. Actor extraordinario, creado desde su propio talento por una escuela de actores que tiene el sello de Cristina Rota, y a la que pertenece también un actor tan formidable (y ahora director de cine) y tan comprometido como Juan Diego Botto, ha visto en peligro su carrera profesional porque entidades que se dicen defensoras de la libertad le han negado su derecho a decir lo que estime oportuno sobre las cosas que él considera criticables. Ha sido perseguido por eso hasta limitar uno de los derechos que también avala la Constitución: el derecho al trabajo.

La libertad de criticar es un derecho ciudadano, ese derecho está escrito, figura en la Constitución, igual que figura en las constituciones de países en los que se certificaron antes que en ninguno otro. No hay paraísos de libertad, pero el trocito que permiten las leyes españolas no debe limitarse más, aunque nos duela, en nuestra libertad, lo que dicen otros acerca de nosotros mismos. Que no guste a estos o aquellos lo que se dice de ellos, de su ideología o de su manera de expresarla, es algo que entra también dentro de la lógica de la vida. Del mismo modo que hay equipos de fútbol que no queremos que ganen ni en los entrenamientos, en la vida cotidiana, política, social, teatral o deportiva, todo resulta opinable, y nadie tiene derecho, sino la ley, si ésta se vulnera, a actuar si los límites acordados son objetos de violación flagrante y manifiesta.

Las opiniones son libres. ¿No te gustan? Di lo contrario, demuestra que tú eres mejor que lo que dicen de ti. ¿Los límites? Están en las leyes y también en el sentido común, pero las leyes, ay, también están para defender la libertad.

Y ahora se ha producido una noticia muy importante, difundida por El Periódico de España y firmada por Cristina Gallardo y Ángeles Vázquez. La noticia dice que Guillermo Toledo ha visto garantizada su «libertad de molestar» por la Audiencia de Valladolid, que ha respondido así en segunda instancia a la presunción expresada por la Asociación de Abogados Cristianos de que frases o adjetivos del autor les resultaban dañinas. La justicia ha dictaminado que esas expresiones («trogloditas, fundamentalistas, de extrema derecha») forman parte de la libertad de expresión y que ésta «comprende la libertad incluso de molestar a otra ideología contraria».

El demandado, Guillermo Toledo, que nació en Tenerife, vive en Madrid y ha ganado un prestigio que celebro tiene, según la judicatura vallisoletana, «derecho (…) a defender sus ideas», pues nadie «es dueño de decir qué es lo correcto o lo bueno». Esa aspiración cristiana, o de cualquier otra religión con sus fundamentos generalmente excluyentes, de que todos comulguemos con las mismas ideas, que también pueden ser ruedas de molino, tiene en este caso una respuesta asumible por quienes sientan que, como decía Lezcano en sus versos, la libertad no es propiedad de nadie. Antonio Machado reclamaba lo propio, que nadie es dueño de la verdad, y que presumir de ello es una apropiación indebida. La libertad es lo que conseguimos tú y yo yendo por caminos diferentes si tenemos la verdadera intención de encontrarlo. Excepto en casos muy específicos de las distintas ciencias, buscar la verdadera libertad y definirla sólo se consigue violentando la libertad de otro. Todo aquel que pone en la puerta de su ideología la palabra libertad en realidad está defendiendo que otros que son de su rama ideológica la tengan en detrimento de los derechos ajenos.

A Guillermo Toledo se le deben disculpas por parte de esa asociación cristiana y le debemos disculpas todos los que, a lo largo de años, hayan considerado que él no tiene derecho a decir lo que le parezca de aquello que merece ser criticado libremente, pues la libertad que pregonamos como ambición es un derecho que a él también le asiste. La libertad no tiene dueño, no es ni de Guillermo Toledo ni de los que se la niegan, pero también es de los que se la niegan a él con más saña y contumacia que a ninguno.

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