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Mercè Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

El problema no es político

A finales de agosto murió el hombre más solitario del mundo. Se sabe muy poco de él. Desconocemos su nombre, la lengua en la que pensaba o cómo se las arregló para sobrevivir durante, aproximadamente, 50 años. Vivía en la Amazonia y era el último de una comunidad de indígenas llamada Tanaru. La investigadora de Survival International, Fiona Watson, considera que su desaparición es la culminación de un genocidio a manos de terratenientes de la zona afanosos por poseer ganaderías de tamaños faraónicos. Al hombre más solitario del mundo se le conocía como “el indio del agujero”, porque hacía hoyos para convertirlos en trampas o para esconderse. Me pregunto cómo logró vivir sin enamorarse o interrelacionar con alguien, cómo gestionaba el dolor o si era religioso. Los investigadores afirman que estaba aterrorizado, que desconfiaba del entorno y que se defendía con flechas de los curiosos. Descubrieron su cuerpo el 24 de agosto. Estaba tumbado en una hamaca y se había engalanado con plumas de guacamayo. Parece que se puso guapo para despedirse de este mundo o, quién sabe, puede que se acicalara para entrar en el otro.

Mariano Turégano tiene 82 años y vive en una residencia de la Comunidad de Madrid. Hace días participó en una sesión del Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes para denunciar el estado de las residencias. Temperaturas insoportables, comida racionada y deplorable, falta de supervisión y de personal… Más de lo mismo. Su discurso perfecto, apelando a la justicia, coherente, asertivo y rabioso me avergonzó. Si una sociedad se define por su manera de gestionar las oportunidades de los vulnerables, a nosotros nos queda un trecho y me temo que el problema no es político, es social. Va de valores, de respeto, de reconocimiento y de aceptación. Tiene que ver con la generosidad, la gratitud, la solidaridad y la tolerancia. Los políticos tienen la obligación de prohibir el negocio a costa de los débiles y encontrar una solución que permita que los mayores vivan la vida que quieran y donde la quieran vivir. Salvo alguna excepción, nadie desea ir a una residencia porque, tal y como están concebidas y hablando en plata, a las residencias se va a morir. Un planazo.

Mariano Turégano intervino en la sesión municipal y, paralelamente, algunos hoteles se descolgaron de los viajes del Imserso. No les compensa abrir porque, en su opinión, el Estado no les paga lo suficiente por la plaza. Sé poco de números, pero algo de mensajes. Y éste es desolador, máxime tras salir de una temporada turística redonda. Como los mayores no dan dinero, mejor se quedan en casa.

Pienso en las diferencias entre el Sr. Turégano y el hombre más solitario del mundo. Uno vivía en la selva y excavaba agujeros para defenderse y el otro está en un país desarrollado, se supone que protegido por un sistema social y, sin embargo, sufre por su calidad de vida. Uno se defendía con flechas y un hacha del mundo exterior y el otro lo hace con la palabra en el pleno de un ayuntamiento. Les une la certeza que nos une a todos: el final de la vida. El reto es luchar porque éste sea lo más digno posible. Y eso no es solo una cuestión política. Es, sobre todo, una cuestión de todos.

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