La Provincia - Diario de Las Palmas

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José A. Luján

Piedra lunar

José A. Luján

La Montaña del Brezo y El bosque de los deseos

En los últimos setenta años, las cumbres de la isla se han transformado de tal manera que su fisonomía ha estado marcada esencialmente por la repoblación forestal. El propósito era unir el casquete central de Gran Canaria, conformado por los históricos pinares de Tamadaba y de Pajonales a través de las crestas sobresalientes de nuestra geografía: Cruz de Acusa, Montaña del Brezo, Roque García, Montaña de Artenara, Hoya del Fraile, Cruz de los Moriscos, Riscos de Chapí, Mesa de Galaz, Cruz de Tejeda, Llanos de la Pez, Ayacata, La Sándara y Pinar de Ojeda. Casi todos estos terrenos estaban destinados a pastos de ganados, y su ocupación, a pesar de que se llevó a cabo de manera progresiva, no fue fácil dado que en algunos casos se forzó su venta y en otros hubo que recurrir a una negociada expropiación.

Las cumbres, frustrada la declaración de Parque Nacional, quedaron protegidas por la Ley de Espacios naturales de 1999. Luego se incluyeron en la categoría de Reserva de la Biosfera y recientemente en la Declaración de Paisaje Cultural Risco Caído Patrimonio Mundial de la Humanidad. Estas figuras legislativas han hecho que la Administración pública se frote las manos de tal manera que sus gestores se han creído propietarios de las decisiones que se adopten en su seno. Se ha pasado de una propiedad compartida antaño mediante hijuelas heredadas por patrimonio familiar a otorgarle a un señor la potestad de decidir sin criterios de conocimiento del medio y del concepto crecimiento sostenible.

Las Montañas Sagradas de Gran Canaria (MSGC) han sido bienvenidas. Pero lo que no es de recibo son los vaivenes que se han producido ante la falta de un documento base que sirva de brújula orientadora tanto para la esfera política, para los técnicos coronados por teorías librescas como para la población en general. Los gestores tienen miedo a la participación y a las ideas innovadoras que se generen fuera de sus despachos.

Las cumbres no están terminadas. Es necesario seguir construyéndolas para hacerlas atractivas y que funcionen en el nuevo escenario en que las ha puesto el devenir histórico. Lo que sucede es que los responsables, políticos y técnicos, no han encontrado el camino y no quieren que nadie les acompañe en ese viaje creativo.

Una niña de ocho años, que responde al nombre de Ana Luján Bas, apostada frente a un endeble caballete, jugando con un pantone de colores, ha dado pie a que una de las montañas históricas de nuestras cumbres, como es La Montaña del Brezo, reciba el sobrenombre de «El Bosque de los deseos». Y aquí ha entrado su abuelo, con su neurona creativa, a considerar este emblemático lugar en lo que ya inventó el artista Agustín Ibarrola en el País Vaco. Este reconocido pintor y escultor autodidacta, concibió el bosque animado o «Bosque de Oma» como una muestra de la relación entre la naturaleza y la presencia humana. Este bosque es una colección de pinturas sobre troncos de pinos y rocas que el creador realizó a comienzos de los ochenta, en la zona más frondosa de la reserva de la biosfera de Urdaibai (Bizkaia). En él, el artista dejó huellas en árboles y piedras, con el propósito de unir el trabajo de los ancestrales artistas del Paleolítico con la tendencia moderna del land art, una corriente artística que trabaja directamente sobre el entorno natural, siendo el propio paisaje el lienzo del pintor. 

La Montaña del Brezo, en Artenara, desde el Roque García hasta el Pico del Rayo y desde este punto hasta la Cruz de Acusa, culminando la circular por el Camino de las Goteras, es una ruta en la que la expresión artística tiene un escenario sublime. A sus pies se halla Arecuzen, con su mágica cueva de las Estrellas. Enfrente, el mítico bosque de Tirma y Tamadaba; el Teide en horizonte y en bucle geográfico el Barranco Grande, con las Cuevas del Rey al pie del Bentayga. Todo en el lienzo de una naturaleza plagada de elementos de la biodiversidad isleña.

Aquí se trazarían los senderos nominados con una veintena de artistas isleños, en los que reconoceríamos su expresión creativa, trascendiendo el propio bosque de pinos, recrecido en la doble vertiente de naturaleza y arte.

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