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Manuel Ángel Santana Turégano

Universidad, estructura social y cosmopolitismo

Todo lo bueno viene de fuera, toda la gente importante viene de fuera. Desde principios del siglo XVI la forma en que las Islas se relacionan con el resto del mundo ha implicado que quienes las habitamos hayamos interiorizado estas ideas. Primero produjimos azúcar, que se intercambiaba por retablos y tejidos de Flandes y Génova, luego vino, cochinilla, plátanos y tomates y por último empezamos a dedicarnos a atender primero a los barcos que surcaban los mares y luego a quienes esperaban encontrar mejor clima y un entorno propicio para el descanso lejos de los polos industriales de Europa. Tras la conquista la parte alta de la estructura social isleña estaba ocupada por la pequeña y gran nobleza del Reino de Castilla, y así como por comerciantes enriquecidos provenientes, en muchos casos, de aquellos lugares con los que comerciábamos. Las clases artesanas provenían sobre todo de la Península Ibérica, de Castilla, pero también de Portugal, mientras que en las clases más bajas se podían encontrar a esclavos negros y moriscos, también provenientes de fuera, junto a lo que quedó de la población aborigen.

A medida que las Islas se iban adentrando en la modernidad el pasar un tiempo fuera de ellas pasó a convertirse en una especie de rito de paso para acceder a las clases altas. Y en esto, tradicionalmente, la universidad jugó un papel clave. Al estilo de lo que señalaba Pierre Bourdieu en La distinción, para las clases altas acudir pasar un tiempo formándose en universidades de prestigio fuera de las Islas era una manera de legitimar los privilegios a los que se sentían que tenían derecho. Pero, en la medida en que en la segunda mitad del siglo XX la universidad se convierte en un ascensor social, miembros de las clases medias e incluso populares, tras abandonar durante un tiempo sus barrios pueblos e islas de origen y pasar un tiempo en la universidad pueden quizá volver a las mismas convertidas en lo que las abuelas llamaban «hombres y mujeres de provecho»: médicos, abogados, arquitectos, ingenieros o farmacéuticos, entre otras profesiones.

Aunque hace más de treinta años que hay más de dos universidades en Canarias, para la amplia mayoría de canarios, hasta lo que históricamente es prácticamente ayer, salir de la propia isla, o al menos de su propio entorno, era parte de ese rito iniciático que permitía acceder a la parte alta de la estructura social ocupada por profesionales, algo que también hacían quienes tenían garantizada por su patrimonio la posición en la estructura social. Y, ahora que el panorama universitario ha cambiado tanto, sería conveniente reflexionar acerca del sentido sociológico, especialmente en la conformación de la mentalidad de quienes acabarán ocupando los puestos de mayor relevancia social, de los cambios universitarios. Es hasta cierto punto un lugar común decir que las élites grancanarias han sido tradicionalmente más cosmopolitas que sus homólogas tinerfeñas. Y quizá no se cae en el hecho de que, aún a día de hoy, al menos para muchas personas que rondan o superan los cincuenta años de edad, para acceder a esa élite los grancanarios han tenido que pasar un período de sus vidas fuera de su isla, cosa que no ha pasado con los tinerfeños. Si nos limitamos a los políticos, siguiendo con una tradición que arranca con Fernando de León y Castillo y Juan Negrín, y sigue con Jerónimo Saavedra, Juan Fernando López Aguilar, José Manuel Soria hasta llegar a Román Rodríguez, Ángel Víctor Torres o Antonio Morales, la élite política grancanaria estudió fuera, si bien la tendencia es que a medida que pasan los años han estudiado más cerca: Negrín estudió en Alemania y Saavedra en Italia, mientras que los últimos tres mencionados estudiaron en La Laguna. En el caso tinerfeño, la transición parece que se dio anteriormente: aunque Manuel Hermoso y Adán Martín estudiaron fuera de Canarias, quienes entre 2005 y 2019 fueron presidentes del gobierno de Canarias no pasaron por una etapa vital fuera de su isla y lugar de origen, pues estudiaron en la Universidad de La Laguna habiendo nacido en El Sauzal y La Laguna. Y si esto se aplica a los políticos, lo mismo puede decirse de la amplia mayoría de los profesionales: hasta hace relativamente poco, en casi todas las islas, casi todas las personas que eran lo que las abuelas hubieran considerado un buen partido (abogados, médicos, arquitectos, entre otras profesiones) habían pasado una etapa vital tan importante como la que corresponde a los años de formación universitaria fuera de su isla y lugar de origen.

La función social de la universidad ha cambiado significativamente, y, ahora que una franja mayoritaria de la población canaria podría acudir a una universidad situada en su entorno de residencia habitual, pues la práctica totalidad de la población de Gran Canaria vive a menos de media hora de los campus de la ULPGC, y la mayoría de la población de Tenerife a la misma distancia de los de la ULL, acceder a la universidad ya no garantiza acceder a una élite social. Se han desarrollado otros mecanismos para eso, hay quien estudia fuera un máster, también hay formaciones no presenciales y, en cualquier caso, la conexión entre titulación universitaria y posición social es percibida socialmente como menos importante. Hasta el punto de que ahora hay jóvenes, que se ve que piensan en términos de ingresos futuros y no en términos de lo que las fiestas universitarias aportan, que dicen que la universidad no sirve para nada. Tradicionalmente se tendía a pensar que las personas con un título universitario, tan sólo por ello, tenían cierto ‘mundo’, desarrollaban un carácter cosmopolita, pues para conseguir su título habían tenido que pasar largos años fuera de su entorno habitual, o al menos rodeados de personas que pasaban esa situación. Como parece que ya no es necesariamente el caso, quienes creemos que la actitud cosmopolita es algo bueno esperamos que ésta se desarrolle de otras maneras.

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