La Provincia - Diario de Las Palmas

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Punto de vista

Picos, palas y azadones

Estas palabras formaban parte de las cuentas que el Gran Capitán presentó al rey Fernando el Católico, con motivo de las guerras de Nápoles. Desde entonces y hasta ahora, dicha frase se utiliza coloquialmente para calificar una situación en la que se aportan datos de un modo exagerado o carente de rigor.

A pesar de que aquello sucedió en 1506, los políticos actuales actúan de modo claramente similar, aunque con distinta y moderna metodología, y, como entonces, siempre para su honor y gloria personal. Primero encargan un nombre llamativo junto con su deslumbrante marketing, con los cuales vender imagen y convencer al ciudadano del proyecto en cuestión, aunque el mismo esté plagado de falta de rigor, exageraciones e, incluso, alguna que otra falta de veracidad. A continuación, del resto, ya veremos.

Hace pocos meses, nuestro ayuntamiento publicaba, con gran alarde de medios y de coste, su «Plan De Acción Para Implementar La Agenda Urbana Española 2030 en Las Palmas de Gran Canaria». Puesto que parece que ya estamos en campaña electoral, amén de que algunos se mantienen en ella permanentemente, el nombre y la presentación del plan ya merecen un despliegue importante de recursos materiales y económicos, así como de gran presencia en los medios de comunicación.

Como dirían los humoristas John Bird y John Fortune, en The Last Laugh del Channel4 británico, explicando la crisis de las «subprime» de 2007, «yo compraría cualquier cosa con ese nombre». Con nuestros políticos ocurre lo mismo: Lo importante es el título del proyecto y su presentación; el contenido, la realidad y el futuro pasan a segundo plano, cuando no al olvido.

El citado Plan de Acción de Las Palmas de Gran Canaria se extiende, con magnífica imagen gráfica y grandísimo detalle, en el marco estratégico, los indicadores de diagnóstico, el observatorio de indicadores y diez objetivos para nuestra ciudad, para finalmente llegar a definir noventa y cuatro acciones, muy pocas concretas y en su mayoría absolutamente genéricas. Estamos hablando de 3.208 millones de euros. Demasiado dinero para picos, palas y azadones…

Al igual que los diez mandamientos de la urbe del siglo XXI, de Hugh Macdonald, autor de «How to live in the city», los diez objetivos y las noventa y cuatro acciones del Plan de Acción de nuestra ciudad podrían ser suscritos y firmados por cualquier partido político de cualquier ideología, por la simple razón de su obviedad, generalización y falta de concreción, amén de su no integración en un desconocido o ausente proyecto global de futuro para la ciudad.

Tanto la Agenda Urbana 2030 para Las Palmas de Gran Canaria como el discurso de nuestros munícipes se olvidan de aquello donde radica lo más importante para el desarrollo y el cambio de una ciudad: Un proyecto global de futuro, como reto, y la movilización de la sociedad para conseguirlo, como ilusión. Esta carencia es manifiesta en todos los gobiernos municipales de nuestra ciudad desde hace más de veinte años.

Se conmemoran treinta años de la Olimpiada de Barcelona que supuso aquel conjunto de reto e ilusión, transformadores de la ciudad. Madrid está en permanente progreso, buscando ser una de las ciudades punteras de Europa. Valencia se ha transformado totalmente para compararse en igualdad con Barcelona. Bilbao ha tenido, con el Guggenheim y el salto de industrial a ciudad de servicios y cultura, un vuelco impensable en sus comienzos.

Esperar que la transformación de nuestra ciudad hacia el futuro se sustente en la Metroguagua, la Onda Atlántica y el Frente Marítimo se nos antoja poco ambicioso. Las Palmas de Gran Canaria merece compararse en pie de igualdad, y sacando pecho, con cualquier ciudad de su tamaño en España o Europa, y a ello deben aplicarse nuestros políticos. Nuestra ciudad tiene unos magníficos mimbres para una transformación global y de salto al futuro, entre un enjambre de problemas y deficiencias. Tener el clima perfecto y una de las playas urbanas mejores del mundo no debe servirnos sólo para la autocomplacencia, que siempre mala consejera.

Sirvan estas líneas de homenaje a César Manrique quien, justo estos días hace treinta años, nos dejó huérfanos de la visión, ilusión y entusiasmo que, a muchos, nos gustaría se contagiase a nuestros ciudadanos y a sus munícipes.

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