La Provincia - Diario de Las Palmas

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Marrero Henríquez

Escritos antibélicos

José Manuel Marrero Henríquez

Atormentado

Veinte días antes de que llegara la tormenta, Nopólemo comenzó a sentirse atormentado por las noticias que advertían de que se estaba formando un huracán de dimensiones inusitadas en el Atlántico norte y de que cabía la posibilidad de que se encaminara a las Islas Canarias y que en ellas produjera terribles estragos. El riesgo de que eso ocurriera era por entonces pequeño, tal vez de un 10 %, pero había que estar prevenido para mejor enfrentar el desastre. Diecinueve días antes de que llegara la tempestad se constataba que, efectivamente, un huracán se formaba y que en lugar de dirigirse hacia el Caribe se dirigía hacia las costas africanas, si bien no se podía asegurar si en su camino finalmente se iba a fortalecer o se iba a debilitar y si llegaría a las Canarias o se internaría de vuelta en el Atlántico sin pasar por ellas. Dieciocho días antes las dudas persistían y Nopólemo comenzaba a zozobrar entre tantas dubitaciones. Diecisiete días antes, dieciséis, quince, catorce, trece días antes de que llegara, el huracán comenzó a ser denominado ciclón, pues parecía que la virulencia de ese fenómeno meteorológico, que era elevada, no iba a ser tanta como en principio se aventuró que sería. Huracán o ciclón, Nopólemo estaba desconcertado y el no saber en qué pararía la cosa lo tenía muy nervioso y desasosegado.

Doce días antes, once, diez días antes, las noticias ya no hablaban de huracán sino en ocasiones de ciclón, en ocasiones de depresión tropical y en ocasiones de denominaciones que Nopólemo no recuerda con precisión. En todo caso sí se acuerda de que con cada nueva nomenclatura disminuía la potencia del fenómeno meteorológico que seguía amenazando Canarias con una probabilidad de impacto fluctuante y que en prensa, radio y televisión iba de un 60 % a un 10 %, pasando por un 30 % para bajar a un 10 % y volver de nuevo a un 60 %. Tal vez no llegara nunca el desastre atmosférico a Canarias, todavía era pronto para predecirlo con seguridad, pero tal vez sí llegara y con calamitosas consecuencias.

Nueve días antes, ocho, siete, seis días antes de que arribara el cataclismo, Nopólemo y los demás habitantes del archipiélago estaban todos atormentados de las tormentosas noticias que tormentosamente anunciaban una tormenta que tal vez alcanzaría las islas pero que tal vez no las alcanzaría, si finalmente su deambular, completamente imprevisible, en lugar de recalar en Canarias la adentraba en el Atlántico donde más pronto que tarde acabaría debilitándose y desvaneciéndose como todo ser vivo se desvanece cuando la muerte lo alcanza.

Cinco días antes de que la tormentosa tormenta llegara las cosas seguían igual. El nivel de incertidumbre continuaba siendo elevado y nadie podía afirmar a ciencia cierta si el ciclón que se debilitaba en depresión tropical iba a adentrarse en el archipiélago o no. Ni sí ni no ni todo lo contrario. Cuatro días antes más o menos lo mismo. Tres días antes se atisbaba ya una alarmante seguridad, siempre matizable, eso sí, sobre lo que podría llegar a ocurrir o no. Finalmente, antes de los dos días, entre el días tres y el dos previos a que la súper-borrasca llegara, ya se afirmaba sin tapujos, en todos los medios de comunicación y con total rotundidad que sí, que el fenómeno tropical iba a venir trayendo lluvias copiosas y persistentes y que lo mejor que todo el mundo debería hacer sería quedarse en casa hasta que la tormenta pasase. Se recomendaba cerrar puertas y ventanas, recoger objetos que pudieran salir volando de las azoteas, e incluso en un canal de televisión local se invitaba a hacer acopio de comida, a comprar velas y a tener a mano no sólo linternas sino también una cocinilla de gas de esas que se utilizan para las acampadas.

Dos días antes, un día antes y finalmente el ciclón llegó. Llovió copiosamente, tanto que Nopólemo empezó a preocuparse de que hubiera problemas de consideración. No obstante nada grave pasó. La lluvia fue prolongada y no hubo viento. Los acuíferos de Canarias, tan dañados, la agradecieron, y también la lluvia la agradecieron las presas, que iban a incrementar su caudal de manera notable, y las tierras, tanto las de cultivo como las baldías, tan resecas ellas. Nopólemo salió a la calle a contemplar el bello espectáculo del benévolo diluvio con un ridículo paraguas que nada pudo hacer para impedir que su ropa y sus zapatos quedaran en un instante completamente empapados. Por más inusual, excesivo y persistente que fuese el aguacero, pensó que ni a las tormentas ni a las personas hay que atormentar, y menos con pronósticos inciertos y a veinte días vista. Nopólemo volvió a casa, se despojó de la ropa mojada, se puso el bañador y bajó con los niños a la playa a darse un baño. A la familia el agua del mar abrazaba con tanto cariño como el agua del cielo.

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