Siempre que veo desmoronarse un muro sospecho que es producto del ‘tiempo al tiempo’. Lean. Me han confiado tantos secretos, he escuchado tantas barbaridades que con el paso de los años olvido a sus autores pero no la confidencias. Es más: recuerdo hasta dónde se ha producido ese secreto. Tengo recuerdos de haber entrevistado a una mujer acusada de haber envenenado a una de sus hijas, lo que negó siempre. Cuando acabó la entrevista le lancé a bocajarro «¿la envenenaste tú?». Su respuesta todavía revolotea en mi cabeza: «Si lo hice, no lo recuerdo…». Tengo buena memoria por eso sé que finalmente fue condenada por esa muerte pero en el juicio mantuvo como defensa su mala memoria. En casa debo tener una de sus cartas echándole la culpa al mundo de lo que solo ella era culpable. Durante años escribí para las páginas de suceso, un género por el que me siento atraída. Un buen suceso es muy agradecido como noticia. Ahí descubrí la enajenación mental de quienes por venganza o celos cayeron en la delincuencia.

Por ahí conocí a una mujer dotada para la mentira que tuvo la sangre fría de explicarme con detalles cómo tenía pensado matar a su ex marido o cómo ajustar cuentas con un novio cuyo hijo violó a un niña en un aparcamiento de la nuestra ciudad. Sabía que el violador estaba a punto de cumplir condena en Madrid y quería que ese secreto dejara de serlo. Han sido tantas las barbaridades confiadas que lo que de verdad me gustaría es quitarle la careta a esa «buena mujer», intoxicadora y mentirosa, grabadora de conversaciones adulteradas que difunde. El lector se preguntará por qué no denuncié lo que conocía. La respuesta es fáci: no tenía un solo dato donde acreditar lo que me confiaban.

Una buena mujer ha sido estos días víctima de la intoxicadora.