La Provincia - Diario de Las Palmas

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Notas de un espectador

Merkel, Meloni, maneras distintas de andar por La Gomera

Hace mil años, en torno a 2006, subí a lo más alto de La Gomera, el Garajonay, le pedí a Juana, la mujer que atendía allí una cantina para turistas bohemios o extraviados, que me pusiera papas con carne, y aproveché la ocasión para hacer de periodista. Le pregunté si por allí había pasado recientemente alguno de los famosos que solían llegar atraídos por la tranquilidad de ese paraíso que tenía esa isla. La mujer me miró cavilando, y de pronto me dijo:

—Sí, ayer estuvo Angela Merkel.

Hacía muy poco que aquella canciller luego tan famosa había sucedido a Helmut Kohl, muy conocido en España sobre todo porque era citada cada vez que podía por Felipe González, entonces ya coleccionista aventajado de nombres propios. Entonces, claro está, aquella a la que todo el mundo pasó a llamar, en los distintos idiomas, la Merkel, era muy poco conocida, aunque en el Garajonay ya era famosa al menos porque había tomado papas compuestas en lo más alto de la isla colombina.

Por aquel entonces yo había recibido un encargo muy apropiado para subrayar y divulgar mi fe en el paisaje, y en la historia, de las islas en las que nací. El editor Peter Mayer, que había dirigido Penguin y en ese momento mandaba en su propia empresa familiar, Overlook Press, me requirió para un trabajo realmente gozoso: hacer una historia cultural (así la llamó) de cada una de las ocho islas canarias. Teníamos antecedentes muy ilustres a los que podía agarrarme para hacer de ese paisaje, natural y humano, de volcanes y de mares bravíos y playas desiertas o frecuentadísimas, una pintura propia pero también para extranjeros.

Como La Gomera había sido el primer lugar que visité para recopilar gentes, sucedidos y ambientes, empecé a escribir, bajo palmerales centenarios y otros árboles igualmente longevos, en una casa que fue de un cura ilustrado de hace dos siglos más o menos, Ruiz de Padrón. Lo primero que puse en el libro fue esa anécdota ocurrida en el Garajonay, que justo antes de que hiciera memoria de todas las islas Angela Merkel había sido la visitante más ilustre de aquella fonda en la que ella, por cierto, combinó la excelente papa arrugada canaria con zumo de naranja… embotellado. Cuando acabé el libro le envié el original al editor y a vuelta de correo Peter Mayer me hizo esta pregunta: «¿No crees que es inconveniente empezar tu libro citando a alguien tan desconocido?»

Entonces era muy frecuente que las personalidades públicas, a no ser que fueran excéntricos o norteamericanos, tardaran en cuajar como famosos, y obviamente para Peter aquella joven canciller aun no estaba en sazón, tanto que me sugirió que me olvidara de la Merkel y buscara una personalidad o un hecho más contundentes. Poco a poco aquel maleficio del desconocimiento se fue rompiendo y el editor aceptó que mi libro empezara como sigue: «Juana, la mujer que atiende este comedor de altura, en el monte del Cedro, en Garajonay, le ha servido la misma mezcla de comida, en Semana Santa, a la canciller alemana Angela Merkel. Llamaron a Juana, una gomera de ojos claros y pelo ya grisáceo, desde los servicios de seguridad del Gobierno alemán, aclararon con sus helicópteros la zona, y de pronto apareció allí, con sus botas altas, y con su marido, la mujer que más manda en la Alemania unificada».

Lo curioso es que ese párrafo se volvió pronto obsoleto, pues la Merkel enseguida tomó vuelo y se hizo con Alemania, con la Comunidad Europa y con todo el que le disputara una sensatez que en aquellos años hizo de la discusión comunitaria una balsa de aceite que ahora ya saben ustedes en que se ha convertido. Ella llegó a lo más alto del estrellato político, por otra parte, antes de que Peter diera a la imprenta aquel libro, de modo que ya hablábamos de una mujer famosa que una vez, en La Gomera, era conocida sobre todo por Juana, aquella mujer que manejaba tantos sabores.

Antes y después de la Merkel pasaron muchos famosos por La Gomera, pero ya no tuvieron la repercusión que alcanzó la aún joven canciller. Hasta que, miren por dónde, es una futura canciller, por usar el mismo cargo, italiana, Giorgia Meloni, que en pos de su padre veraneó en La Gomera en tiempos de su juventud, la que ocupa el protagonismo gomero en las noticias. Ahora esta defensora de su patria italiana, por encima de aquella Europa de las naciones que Merkel consiguió reconstruir con otros, ha vencido a tutti quanti en la esgrima peligrosa de Italia. Su éxito ha reavivado en su país, y fuera de él, el miedo al futuro, teñido ahora con las herencias mussolinianas que ella representa, de las que no reniega desde el escudo a las palabras, domina en una Europa escarmentada de las patrias.

Como otros fascistas europeos de ahora, reclama para la palabra patria un lugar de privilegio, por encima de los conceptos de libertad y solidaridad que hasta hace nada eran emblemas de los deseos de comprensión de las naciones europeas, acaso con la excepción de la Hungría doliente del parafascista que ahora la preside.

Hace unos meses, con ocasión de las elecciones andaluzas en las que aspiraba a ganar el ultraderechista Vox, Giorgia Meloni protagonizó en una de las playas soleadas del sur andaluz un ensayo que no se atrevió del todo a repetir en su propia campaña electoral italiana: reclamó una ideología que ataca evidencias de libertad como el aborto o la libertad de credos y actitudes sexuales, y por supuesto renegó de Europa como un continente unido. Al cambio, como sus colegas y amigos españoles, gritó a favor de las respectivas patrias, una a una, otra vez con la monserga de las patrias. Usó los materiales de fondo de aquella Italia de Mussolini que basó en los gritos el temor que perseguía con puños y pistolas, como hicieron los seguidores de José Antonio Primo de Rivera en los imperiosos prolegómenos del fascismo español.

Ahora esta mujer será canciller de Italia, una joven de 45 años que, como aquella Merkel ahora legendaria, hizo algunos años visitas que dejaron en La Gomera una huella distinta a la que distinguió la placentera excursión (de algunos años) de su pasada colega alemana… Giorgia Meloni iba a ver a su padre, dueño de un restaurante en San Sebastián de la Gomera, vivió excursiones de playa, por algunos de los parajes marinos de la isla de Colón, comió en las cuevas más famosas de Playa de Santiago, conoció el restaurante que su progenitor tuvo por un tiempo, y vivió con la discreción que se le supone un drama que lo distanció del padre, según han publicado ahora, por ejemplo, el Diario de Mallorca, estos diarios (La Provincia, EL DÍA, donde escribo desde que tengo uso de razón periodística) y en los restantes de Prensa Ibérica... En otra isla, Menorca, del archipiélago balear, donde por cierto nació la madre de Albert Camus, aquel italiano de nombre Francesco Meloni, padre de la futura primera ministra de Italia, fue detenido y juzgado como narcotraficante, y condenado por ello a nueve años de cárcel.

La nueva primera ministra italiana in pectore no guardó por su padre el luto que este hubiera querido, pues ella renegó de ese antepasado que fue su imán para conocer La Gomera, y no es extraño que se relacione ese pasado sin brillo con su apelación contra la familia liberal o «rota» en favor de «la familia católica». Animada por sí misma, Meloni reclamó en Andalucía un viejo concepto de la patria que antecedentes como Mussolini o Hitler reclamaron para hacer de Europa un reino propio, sometido por la idea mayúscula de la Patria como si en ese concepto no cupieran sino los que profesan sus ideas y sus convicciones.

Contra esa patria excluyente que ahora toma el poder en Italia, y que personalizan correligionarios que cada vez son más legión en Europa (y, ay, en el mundo), escribió Pablo Neruda unos versos que escribo ahora con pasión y con melancolía: «Patria, palabra horrible, como semáforo o ascensor».

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