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Juan José Millás

A la intemperie

Juan José Millás

El préstamo

Cansado de vivir, aunque incapaz de suicidarse, contactó a través de la internet profunda con un sicario al que encargó que lo matara sin dolor y en el momento más inesperado. Pagó en bitcoins, siguiendo las instrucciones del asesino a sueldo, y sintió, en el momento mismo de hacerlo, una euforia de la que nunca había gozado. Salía a la calle con la expectativa de ser tiroteado, apuñalado, estrangulado. Pedía comidas a domicilio convencido de que el chico de la pizza sacaría una pistola en el momento de cobrarle, daba largos paseos nocturnos por las calles más vacías del extrarradio para facilitar el trabajo a su ejecutor, volvió a fumar sin miedo al cáncer del pulmón… Vivía en una excitación continua, siempre a la espera del momento magnífico en el que cesaría el sufrimiento de existir.

Pero los días pasaban sin que ocurriera nada. Tomó por su asesina a una mujer que se enamoró (o fingió enamorarse) de él, al fontanero que fue a desatascarle el sumidero de la ducha, al agente comercial que le propuso cambiar de compañía telefónica, al vendedor de congelados que llamó a su puerta para ofrecerle los mejores pescados y mariscos del mundo a precios que no tenían competencia. Los dedos, como suele decirse, se le hacían huéspedes. En ocasiones, dudaba de seguir vivo: quizá, y de acuerdo con el pacto, le habían proporcionado una muerte tan rápida que ni la había sentido. En el metro o en el autobús, se tropezaba adrede con la gente para asegurarse de que aún poseía un cuerpo material.

Al año del encargo, empezó a considerar la posibilidad de haber sido víctima de una estafa: abundaban por lo visto en internet y mucho más en la internet profunda, donde se traficaba con productos e ideas que estaban fuera de la ley. La idea le producía vergüenza y miedo, pues había invertido en el crimen los ahorros de toda su vida y se hallaba en la ruina. ¿Debía acudir a la policía para denunciar el atropello? ¿Había alguna posibilidad de recuperar la inversión? Mientras lo decidía o no, se acercó un día a la sede de su compañía eléctrica para solicitar que le restablecieran el suministro, que le habían cortado por problemas de cobro. Entró a media mañana y no volvió a salir. El sicario le esperaba dentro.

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