La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Juan José Millás

A la intemperie

Juan José Millás

Ruido neumático

Estoy de médicos», le dice una mujer a otra en el metro, «voy del urólogo al dentista y del dentista al dermatólogo y del dermatólogo al de corazón y ninguno da con el remedio adecuado, todo se estropea de repente, como cuando en casa se rompen la lavadora y el exprimidor y el horno al mismo tiempo».

Siempre he imaginado la casa como un cuerpo, nunca el cuerpo como una casa, pero al escuchar a esta mujer pienso en mi propio cuerpo como una vivienda ambulante, como una autocaravana que en pocos metros incluye la cocina y la ducha y el dormitorio y el salón. En apenas unos centímetros cuadrados, tenemos los riñones y el hígado y el páncreas, todo el espacio mejor aprovechado que en una furgoneta reconvertida en domicilio. Disponemos de un sistema calefactor y un sistema de riego sanguíneo y unas bajantes por las que expulsamos los detritus procedentes de la combustión de las células. Eso y más por lo que se refiere a lo físico, a lo que podemos tocar. Poseemos también dos ojos como dos claraboyas y una boca de doble hoja, de dos puertas, diríamos, por las que se ventila el interior. Hablamos de lo físico, de lo muy físico, de lo muy orgánico, como decíamos hace unas líneas.

Ah, pero también está la mente, de difícil localización, habitada por el fantasma del yo y por el fantasma de los otros. El fantasma del yo es una especie de homúnculo responsable de mi subjetividad. Soy un sujeto, sufro como sujeto, me alegro como sujeto, entro y salgo como sujeto, como yo, como mí mismo. Los otros que me habitan son innumerables, desde los padres muertos y los hermanos muertos y los amigos o vecinos vivos hasta los héroes y antihéroes ficticios de las novelas que he leído. Cada uno ocupa su espacio como ocupan su espacio los uréteres o la vesícula. Van y vienen, danzan en mi cabeza, me hacen feliz y me atormentan. Organizan fiestas cuando intento dormir y, si subo a mi cabeza para llamarles la atención, dicen que llame a la policía.

Yo soy, en cierto modo, todos ellos también, porque no es raro que me enajene, que me aliene, que me convierta en un alien, en un otro, eso es lo que me pasa a bordo de esta casa ambulante que llamamos cuerpo. «Estoy de médicos hasta la coronilla», exclama ahora la mujer del metro, delante de la puerta del vagón que se abre con un ruido neumático.

Compartir el artículo

stats