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Lamberto Wägner

Tropezones

Lamberto Wägner

Un día de vacaciones

Qué tal esas vacaciones? - ¡Demasiado cortas! Reconocerán la rutinaria pregunta y la trillada respuesta evasiva. Pues bien, yo me voy a mojar y a riesgo de aburrirles les voy a hablar de un día de mis vacaciones, en mi pueblo de Fjällbacka, en el archipiélago de la costa oeste de Suecia.

Es un día especial, pues por causas logísticas me he quedado solo en casa y voy a dis-frutar de un día libre de compromisos, donde la única tarea que me acecha es vaciar y limpiar mi maquinilla de afeitar, imposición de la que voy a pasar olímpicamente.

Son las nueve de la mañana y tras un heroico baño en un mar a 16 grados, sorteando unas impertinentes aguavivas cojoneras, me tomo mi café con tostadas mientras hojeo el periódico. Trato de esquivar temas sobre pandemias covidianas u otros más graves sobre las fechorías de nuestros líderes mundiales. Porque si encima de leer so- bre políticos delincuentes me intereso por mentirosos y payasos, adiós día de asueto.

Por ello prefiero detenerme en noticias pintorescas: una compañía aérea recomienda a sus pasajeros llevar su tarjeta de embarque en el móvil, para contribuir a la sostenibilidad del planeta eliminando el coste ecológico del papel. Pero no creen prioritario mencionar los 30.000 litros de keroseno que se van a quemar en el vuelo.

En la misma vena los noruegos, que siempre dan mucho juego, presumen de las instalaciones de energía renovable instaladas en sus plataformas petrolíferas, ahorrándose una porrada de CO2, en su tarea incansable de extraer 50.000 barriles diarios de petróleo por plataforma. En el mismo periódico se publica una encuesta sobre los países donde mejor se vive, y oh sorpesa, ahí está en cabeza la nueva rica Noruega. Tras una incursión en las tiras de cómics y un vistazo a los programas de TV de la noche, me dispongo a iniciar una excursión por barco a una isla famosa por su abundancia de focas, por cierto tan elegantes y entrañables como malolientes. Y hete aquí que se me brinda el privilegio de gozarme el primer «miniincidente grato» del día: resulta que llego diez minutos tarde a la salida del barco, pero ese es el retraso que arrastra el ferry, acogiéndome a bordo sin problema. Es este un tipo de incidentes pendiente de un calificativo. Ya me entienden, cuando nos sirven unos fresones con nata e inopinadamente nos cruje entre los dientes un ejemplar dulce dulcísimo que parece llegado de un mundo perfecto. O el día que vamos con prisa y no tenemos que perseguir un aparcamiento, al encontrar un hueco ideal entre cientos de coches, que parecía estar esperando por nosotros. O cuando hemos acertado la cola más rápida del súper, ante las miradas de envidia de los demás clientes. O cuando vamos con el tiempo justo a la oficina y alguien ahí arriba se ha encargado de ponernos todos los semáforos en verde. O cuando en mi caso se me ocurre una metáfora afortunada para uno de estos tropezones que me toca pergeñar cada jueves. Y que por cierto me va a salir hoy casi con la médula espinal, si me permiten mi pereza estival. Aunque tal vez procedería encontrar un final con cierto gancho. Por qué no el del que asegura no poder dormir por la noche si se toma un café. Al que le replica el amigo que lo suyo es al revés, que cuando duerme no puede tomar café.

Bueno, ya sé que este tipo de boutade no está a la altura de mi columna semanal. Pero sé que me disculparán. Pues por un lado no es mía... y por otro estoy de vacaciones.

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