La Provincia - Diario de Las Palmas

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Jorge Fauró

Arenas movedizas

Jorge Fauró

¿Y si estuviéramos equivocados?

Y si estuviéramos equivocados? ¿Y si quienes consideramos una fechoría los gritos de una manada frente a un colegio mayor de Madrid no tuviésemos la razón frente a una parte de la sociedad que continúa defendiendo el hecho como una broma que nace de la tradición? ¿Y si esa nada desdeñable porción social que no vio machismo ni acoso –incluidas algunas de las chicas del colegio de enfrente– estuvieran en el lado bueno de la verdad y fuéramos nosotros los descaminados? Bien pudiera ser, a la vista de cientos de reacciones de tinte homófobo, que el tuit desafortunado de Iker Casillas con la broma de su sexualidad no fuera tan desafortunado. Prefiero pensar que somos mayoría quienes creemos que sí lo fue. Pero quizá no sumemos dicha mayoría. Tal vez resulte que quienes nos indignamos cuando un consejero de Madrid afirma y se reafirma en que las familias han superado la pérdida de seres queridos en el confinamiento y no encuentra censurable su aseveración (y hasta se arrebata cuando se le cuestiona), en realidad no tenemos la razón al formar parte de los indignados, y que quizá hayamos pasado al pelotón de los indignaditos, como se conoce a ese grupo de piel fina que se subleva cuando le discuten. ¿Y si los indignaditos fuéramos nosotros? ¿Qué línea roja divide a los indignados de los indignaditos?

Una sociedad no se transforma de un día para otro. Esa evolución se consigue a lo largo de siglos y derrama mucha sangre y odio en el camino. Todavía hay quien rechaza que la Tierra sea un cuerpo geoide. Se convocan congresos de terraplanistas con sorprendente número de asistentes a pesar de que el debate sobre la planicie o redondez del planeta se superó en la antigüedad en favor de esto último. La Inquisición en sí misma no era más que una institución de indignados llevados al extremo contra los indignaditos de la época. ¿Estaban equivocados los soldados de Torquemada o los pocos que discrepaban de la fe de la Iglesia para solaz de las masas? ¿Qué había de malo en quemar en la hoguera a mujeres que trataban de curar a base de hierbas y no con la Biblia en la mano?

Como que la Tierra no es plana o que el hombre puede volar, llegará un día en que la opinión generalizada sea que a Casillas le falló alguna neurona la tarde en que le dio al botón de enviar y lo del colegio mayor fue un hecho inaceptable. A veces no pasa tanto tiempo desde que algo se enmarca en la más absoluta cotidianidad hasta que rebasa la frontera de lo objetivamente condenable. Evolucionamos con mayor rapidez que el tiempo que costó abandonar las ordenanzas de la Santa Inquisición. Cómo nos reíamos con los chistes de casete de gasolinera, con los gags de esposas maltratadas, con el hombre vestido de mujer que convertía en burla el arquetipo de la feminidad, con los mitos y leyendas de la yumbina, con el gordo de la clase y el niño de gafas y calzado ortopédico. Ahora que hemos bautizado en español y otras lenguas lo que antaño entendíamos como tradición o se incardinaba en lo normal del hecho social (bullying, mobbing, sumisión química, homofobia) advertimos lo errados que estábamos no hace tanto tiempo.

Se llama evolución. Llegará el día en que consideremos intolerable y de forma casi unánime que tres creadores de internet (como tal cosa se les expone en los medios) sin demasiados conocimientos de historia se suban a un escenario a cantar Volver al 36 en un acto de partido en plena democracia. «Si eres gay y quieres ir a ver el orgullo LGTB / al Cogam [Colectivo LGTBI de Madrid] debes enseñar el carné de buen homosexual. / Las feministas protestan por la violación grupal, / hay diez más que investigar. / Me da igual, son de Senegal». La tradición.

Llegó el día en que nos sobrecogieron las vejaciones de la manada de Pamplona, pero admitimos que no nos habrían turbado de la misma manera unos años antes porque hemos evolucionado, porque entonces era lo normal, lo habitual, la herencia. Si el atavismo es gritar «putas» a las alumnas de un colegio mayor también lo es el Toro de La Vega o lanzar una cabra desde un campanario. La tradición no lo convierte en bueno ni lo exime del deber de desterrar estas costumbres del ámbito de lo permisible. Si así fuera seguiríamos anclados en una Edad Media en versión digital y con coches eléctricos; a menudo el atavismo se convierte en caduco y denigrante, en un hecho repugnante y sin posible defensa. Y, llegados a este punto, es muy improbable que estemos equivocados.

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