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Mercè Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

Sociedad del revuelo

Entre nosotros, me da igual la vida privada de Tamara Falcó. Si le han sido o no infiel, si le llegó un vídeo mientras estaba entretenida en una fiesta, si su madre ha intervenido en el asunto, si la marquesa ya se ha recuperado, está triste o si habrá reconciliación. En realidad, Tamara Falcó está tan lejos de mi órbita personal que no me interesa en absoluto. Reconozco que es estilosa, que lleva un corte de pelo muy chic y que el otro día llevaba una gabardina elegante, pero poco más. No entiendo por qué tuve que sufrir hace quince días una sobredosis informativa sobre cómo gestiona la infidelidad de su ex. Es posible que haya algún motivo oculto que desconozca, pero solo me cabe creer que somos una sociedad que se pirra por lo que genera revuelo y alboroto. La ecuación famosa más infidelidad es apuesta segura y lo mejor que me ha sucedido al respecto es la conversación con amigos sobre si enviarse WhatsApp coquetones con alguien que no es tu pareja es o no es poner los cuernos.

Hace quince días hablamos de la marquesa despechá y hace siete lo hicimos de los estudiantes del Elías Ahuja. Todo hijo de vecino, incluido Pedro J. Ramírez, opinó y los más visionarios realizaron un perfil sociológico del cien por cien de los residentes. Fachas, pijos, ricachones, machistas y violadores. Los reduccionismos del tipo «si tienes pasta es que eres facha» me dan miedo, porque es desde esa postura simplona y antagónica desde donde se gestan los odios. A los chavales que vociferaron los improperios desde sus ventanas les falta educación y se enteran poco o muy poco de hacia dónde avanza el mundo. Quien chilla que las mujeres son unas ninfómanas y las chicas que creen que es una tradición divertida que las llamen putas deben haber vivido en una burbuja los últimos años o en un universo paralelo de primates. Me temo que es difícil ser una persona respetuosa, cívica y concienciada si eres capaz de soltar esos insultos. Dicho esto, me parece irrelevante saber dónde estudió el joven y menos me interesa conocer su nombre. No quiero saberlo ni dar alas a la sociedad del revuelo.

Entre infidelidades y chillidos nocturnos, han irrumpido las imágenes de políticas, periodistas y actrices que, tijera en mano, se han sumado a la campaña en solidaridad con las mujeres iraníes y se han cortado un mechón de pelo. Reconozco que he calculado el grado de compromiso con la causa en función de la cantidad de pelo que se han cortado. Siento contribuir a la sociedad en revuelo permanente, pero mi conclusión es que confío más en la compasión de Juliette Binoche que en la de Penélope Cruz. La primera se llevó una muestra generosa de su cabellera y la segunda se cortó cuatro puntas.

Por cierto, a los chavales del colegio mayor madrileño les recordaría que, por respeto vecinal, a las doce de la noche ya no se hace ruido. ¿Qué necesidad tienen los de los bloques contiguos de escuchar gruñidos en horas de descanso? Y a mis amigos que creen que no es una infidelidad enviar WhatsApp coquetones a otras personas que no son sus parejas, les diría que ciertos mensajes pueden esconder más deseo que un revolcón. Aunque éste sea en la capea.

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