La Provincia - Diario de Las Palmas

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Myriam Z. Albéniz

Desde la sala

Myriam Z. Albéniz

Este mundo necesita más abrazos

No hay duda de que el contacto físico constituye una necesidad básica para el bienestar emocional del ser humano. En ocasiones, una mera caricia, un apretón de manos o un pellizco en la mejilla contienen un mensaje que, traducido en palabras, superaría las del capítulo de una novela. Sin embargo, algunas civilizaciones se han visto influenciadas negativamente por una herencia cultural poco partidaria de expresar las emociones abiertamente, asociando este comportamiento a debilidad y vulnerabilidad. Además, se abonan a la tendencia errónea de sexualizar y, por lo tanto, malinterpretar cualquier gesto que tenga su origen en el tacto. Es una verdadera lástima, sobre todo si se tiene en cuenta que nos hallamos ante una de las más eficaces medicinas para el cuerpo y para el alma, desde la infancia hasta la ancianidad. Algunos experimentos llevados a cabo en el campo de la Psicología confirman la teoría de que, quienes no mantienen ningún tipo de contacto físico, transitan por la vida con mayor infelicidad y peor estado de ánimo. En ese sentido, la tradición ha dotado a las mujeres de una permisividad superior desde el punto de vista social, resultando nosotras más beneficiadas a la hora de expresar sus emociones. 

Pues bien, de todas las posibles manifestaciones del afecto, el abrazo es, sin ninguna duda, mi favorita. Y lo es porque se puede aplicar perfectamente a cualquier persona, con independencia del vínculo sentimental que te una a ella: madre, padre, pareja, hijo, familiar, amigo, amante, vecino o simple conocido. Atendiendo a su intensidad, duración, sinceridad y calidez, de nuestro modo de abrazar se pueden extraer diversas conclusiones. Existen abrazos suaves y firmes, breves y extensos, profundos y livianos, y suelen reflejar el grado afectivo de quien los brinda, su capacidad de entrega emocional y el lugar que los abrazados ocupan dentro de su corazón. En España, al menos hasta la llegada de la pandemia, observábamos además la sana costumbre de saludar con dos besos a la gente a la que no conocíamos de nada, una práctica que en el resto de países de Europa no se suele imitar pero que yo, siempre que me lo permitan, mantengo. También, para una característica propia de la que, en mi opinión, poder sacar pecho, va y resulta que no es del agrado de los habitantes del Viejo Continente, como tampoco lo es nuestra tendencia a aparecer por sorpresa cuando no se nos espera, o improvisar planes de un día para otro o, incluso, salir a cenar sin reserva previa.

En todo caso, comparto el criterio de mi admirado escritor Fernando Aramburu cuando afirma que en España se abraza bien, lo cual no significa que todo el mundo provisto de Documento Nacional de Identidad esté por la labor. Se conoce que a mí la naturaleza me dotó de una desmesura afectiva que requiere de elevadas dosis diarias y constantes de cariño de ida y vuelta. Lástima que, cuando observo una foto fija de la sociedad actual, me duele constatar que los supuestos avances tecnológicos nos alejan todavía más de las relaciones cuerpo a cuerpo para convertirnos en seres más fríos e individuales y, sinceramente, creo que no deberíamos incurrir en tan grave error. Por ello, abogo fervientemente para que hombres y mujeres demostremos a diario nuestros sentimientos valiéndonos de los cinco sentidos, con palabras y con gestos, desde la mente y desde el corazón, sin dar nada por supuesto. Las muestras de amor nos ayudan a sobrevivir y, para cuatro días que vivimos, situarnos a la defensiva no parece la mejor opción. A mi juicio, evitar un abrazo como si tuviéramos un numerus clausus de ellos constituye uno de los posicionamientos más tristes por el que los seres humanos pueden apostar. Desde aquí recomiendo, pues, al colectivo de reticentes que hagan la prueba. Que se den una oportunidad. Y les garantizo que se sorprenderán con los resultados.

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