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Miren a ver

Antonio Cacereño

Pedro, Piedra, Fuertes

El padre Pedro Fuertes.

Se fue otro hombre bueno y sencillo. Pedro Fuertes era un hombre bueno y comprometido. En lo humano, en lo social, en lo educativo, en lo cultural, en lo religioso... Amaba al periodismo, que ejerció y que era una de sus grandes pasiones. Destacó en la docencia, en la poesía íntima y en el sacerdocio de proximidad. Estuvo siempre al lado de quien sufría. De dolores inevitables por enfermedad grave o por la muerte de un familiar cercano. Y estuvo siempre también junto al que sufría por dolores que se pudieron haber evitado de no haber uno llevado a cabo acciones reprobables, o de no haberse visto envuelto en ellas. Pedro Fuertes era un cura, un profesor, un poeta, un escritor, un devoto de la Lengua y sobre todo de la Literatura.

Nunca fue un juez. Jamás juzgó a nadie. Sabía perfectamente que esas tareas correspondían a otros. Sobre todo, no estuvo nunca con los que se regodean con el sufrimiento ajeno, sea merecido o no. Una cosa es la justicia y otra el rencor que destilan la revancha y la venganza. Por eso, igual que consolaba y acompañaba a quienes padecían una enfermedad o lloraban la muerte de un ser querido, Pedro Fuertes consolaba y acompañaba a quienes se atormentaban por acciones cometidas o en las que se habían visto enredados. Estuvo al alcance de todos. Siempre fue de mano tendida, corazón abierto y mentalidad comprensiva. No solo consolaba y acompañaba, además arrimaba el hombro, era de los de arremangarse, como demostró durante sus años con las gentes humildes de Pedro Hidalgo y sus barracones. Cuando el barranco era oscuridad y barro. Allí, durante la década de los años 80 y comienzos de la de los 90, hizo de casi todo. Desde dar clases a colaborar con la asistencia social o conseguir el acceso de las familias a consultas médicas.

La ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, a la que llegó a bordo del ‘Plus Ultra’ el 4 de octubre de 1966, reconoció su entrega y su apoyo a los que lo necesitaban al reconocerlo como Hijo Adoptivo. Había nacido en Astorga, León, en 1932. De allí recordaba, en ocasiones, sus paseos por el interior de la vieja casona de los Panero. Casualidades de la vida, uno de ellos, Leopoldo, acabaría en la capital durmiendo por los bancos de Triana, escribiendo en bares, calles o en el propio psiquiátrico, al que había llegado desde el frenopático de Mondragón debido al buen clima de estas tierras, o leyendo versos en locales de la farándula alternativa local. De aquellos recorridos por la decrépita casa de la familia maldita del poeta falangista le había llamado siempre la atención la cantidad de revistas que se acumulaban por cuartos y rincones. No era de extrañar que de ese ambiente hubieran salido los cultos, inteligentes y surrealistas vástagos que protagonizaran la extraña y llamativa El desencanto (1976), de Jaime Chávarri, película muy cercana al documental. Su poesía, la de Pedro Fuertes, sin embargo, apostaba más por lo religioso, la amistad, los lugares y espacios donde se desarrolla la vida…

Sonetos, poemas breves, versos impregnados de su característico humanismo. Por sus clases pasaron, calculó en una ocasión, más de 10.000 alumnos. Tenía siempre palabras para todos. Pero no dudaba en admitir que el mejor alumno que había pasado por las aulas en las que impartió clases era Juan Fernando López Aguilar, el exministro de Justicia y actual eurodiputado canario. Sobre la salida de López Aguilar del Colegio Claret confesaba: «Yo quería que Juan Fernando siguiera y no siguió y quería que Felipe [González] no siguiera [en el Claret de Sevilla] y siguió». Al menos unos años más. Paradojas del destino y de la intensa vida que a Pedro Fuertes le tocó vivir. Juan Fernando fue siempre un alumno brillante. Felipe pasaba horas enteras con su pequeña moto petardeando alrededor de Heliópolis, el antiguo barrio de Ciudad del Sol, al sur de Sevilla, donde se encuentra el Claret. Buena prueba de su carácter comprensivo fue su defensa apasionada de Juan Negrín, la bestia negra del franquismo, que tenía un hermano claretiano.

Pedro Fuertes conoció al hijo mayor del último presidente de la República con el que mantuvo interesantes conversaciones. De hecho, ofició una misa funeral en el año 2000 por el propio Negrín. El político y científico no era creyente, aunque sí su hermana y su madre y, por supuesto, su hermano Heriberto. El sacerdote ahora fallecido se introdujo en muchos de los discursos del expresidente y como cualquier persona de bien que pueda leerlos encontró en sus palabras al hombre tolerante, humanista y conciliador que siempre fue. En Gran Canaria deja el cariño de los que le conocieron y una biblioteca del Colegio de Obispo Rabadán al que se entregó en vida lleva su nombre. No son pocas las colecciones particulares de libros, como las del también desaparecido Daniel Verona -que goza de una sección propia-, que se han incorporado a ella, ni las que se sumarán con el paso del tiempo. Pedro, ya más que nunca, es Piedra y eternidad. Un cura casi normal que dejó huella en la ciudad que amó.

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