La cúpula sempiterna del Polisario, acostumbrada a la impunidad, se cree con la potestad de hacer de juez y parte. Lleva más de cuatro décadas obrando en detrimento de todo tipo derechos humanos, en esos campos de Tinduf, convertidos en un fondo de comercio muy rentable, en un medio embaucador para crear adeptos solidarios, y en convertirse en un escollo insalvable para un posible cambio en la región.

La esencia de esa organización, desde que fue acaparada, equipada y orientada por los servicios secretos argelinos, y otros, nunca se detuvo en ensañarse con métodos horrendos, propios de la Edad Media, en contra de toda persona que opine o piense distinto o no cumpla a rajatabla las directrices de ese partido único, político- militar, disfrazado de defensor de derechos humanos y de víctima.

Lo que aquí se relata lo conocen, de sobra, todos los saharauis. Aunque hasta hace muy poco no se podía comentar ni en voz baja, por temor a represalias. Con la invención de las redes sociales, y su divulgación, se rompió el monopolio de la información, entonces se pudo conocer partes de los horrores cometidos en esos campos con toda impunidad, aunque la reacción de muchos solidarios, principalmente cierta prensa y adeptos incondicionales a la justa causa, consistía en mirar al otro lado. No les importa lo que el Polisario urdió ni practicó, sin miramiento de ningún tipo, en contra de las víctimas canarias (cerca de 300 personas) que buscaban el sustento diario de sus familias en plena mar, ni contra los oriundos del territorio disputado, señalados por la cúpula de ese ‘frente de liberación’ con desprecio «los hijos del joder macho» [denominación despectiva para los saharauis de origen que hablan español], ni con las mujeres y hombres raptadas de Gouleimim, Tantan o Ifni, que han sido esclavizados y tratados como personas de segunda. Han sufrido el racismo más atroz y las vejaciones más horribles. También los solidarios mauritanos sufrieron igual o peor suerte [a Buna el Alem, le han cortado las manos y jugaron la pelota con ellas; algunos de sus torturados viven en España].

En la memoria de todos nosotros queda, como testimonio y muestra de las de esas vejaciones horribles cometidas allí, made in Tinduf, la desgracia del pobre militar mauritano, Checkh Naji, violado al mediodía, delante de todos, por un asesino. A éste, cuando terminó su horrible faena, le aplaudieron como si hubiera ganado un trofeo.

Todos esos horrores hitlerianos pasaban sin ningún tipo de castigos. Ni siquiera merecían simples respuestas de audiencias de justicia europeas con las que abrir un expediente. Parece que a nadie le preocupaba o prestaba atención a lo que ocurría allí, obcecados por el odio al «moro malo», el marroquí. Demostración de ello es cómo ha sido tratada la entrada del criminal número uno a España, Brahim Gali o Betouch o como se llame [el autor de este texto, amarrado y medio desnudo junto a otros cuatro compañeros, fue traslado en el maletero de un coche Land Rover, en Tinduf en 1975, y abandonados en medio en noche en las crestas de unas montañas al norte de lo que es actualmente se conoce como campamento de la wilaya del Aaiún].

A pesar de lo insólito de su entrada y salida del territorio europeo, el líder –nombrado a dedo– de la república de las cuarenta carpas, retornó a su feudo, después de tratarse a costa de los contribuyentes españoles, (dicen que de covid), agasajado y protegido como Pepito por su casa, y sin que nadie se molestara, mientras que la ministra de Exteriores fue destituida para frenar la crisis latente y silenciosa entre España y Marruecos, activada por ese personaje tenebroso y tétrico.

La inexplicable protección de ese individuo, tan rara y privilegiada, aun en detrimento de las leyes europeas y en contra de los derechos de sus víctimas, solo podría interpretarse por su servidumbre en otros designios, no tan ocultos, de cierta geoestrategia tendenciosa en la región, en comparación con sus crímenes denunciados en todas partes.

Y lo más inverosímil es el intento propagandístico, frente a las denuncias constantes en los foros internacionales y ante la próxima celebración del XVI Congreso del Polisario, de repetir la misma receta de siempre. Pretenden engañar de nuevo a la opinión pública ‘saharaui’ e internacional, como si nunca hubieran roto un solo plato.

Para tal macabro fin crean una comisión del mismo aparato del Polisario para «cerrar» el expediente de los derechos humanos, compuesta de personas del aparato represor y algunos muy afines al sistema. Pretenden, no sin malicia, apagar crímenes atroces que van desde la violación a asesinatos o raptos, ocultando hechos y autores.

Ningún miembro de tan honorable comisión se ha destacado por la defensa de los derechos humanos, más bien por la permanencia y el encubrimiento de los crímenes allí cometidos y de sus autores. Para colmo, uno era el director del temible órgano de seguridad del Polisario, brazo ejecutor de todos esos crímenes cometidos.

El Polisario olvida que los derechos humanos no pueden convertirse ni politizarse ni arrendarse como una moneda de cambio político. Olvida que no posee la potestad de impartir justicia, al no estar reconocido como Estado por la ONU, ni internacionalmente, además de permanecer en territorio de un Estado soberano, Argelia, responsable en primer grado de infinitas transgresiones y atropellos. Olvida también que no puede jugar el papel de juez y parte, asesinar o violar a personas nacidas libres, como les dé la gana.

Aunque llevamos una eternidad denunciando esa barbarie practicada por el frente de liberación, y nos tratan, cada vez, de traidores y de vende patrias, siguen en el empeño de excluir a los que están en contra del proyecto. Confunden política con principios de derechos humanos, y se les ve con esa exclusión y parcialidad su verdadera esencia, e intenciones mal sanas. Ahora se asoma su patita del lobo feroz, que se ataviaba de víctima. Reconoce sin desearlo, por la puerta chica y de modo muy vil, que solo cometió «errores y abusos», y no injusticias de lesa humanidad de todo tipo, desde violaciones hasta las muertes más horribles. Peor es el remedio que la enfermedad, cuando Gali y su grupo se justifican lacónicamente en su comunicado, reportado en La Razón:

«Es una decisión histórica, que llega para reparar el honor y el daño que sufrieron algunas personas como motivo de equivocaciones, errores y enfrentamientos típicos en una etapa complicada de la lucha del pueblo saharaui». Y sigue y arremete, como acostumbra el Polisario, contra toda opinión diferente.

Dice que quiere acallar a quienes «de forma torticera, falsa y dañina han utilizado y utilizan esos abusos (sic) cometidos en su mayoría en los años setenta como un arma arrojadiza para desprestigiar (…)» . O sea: el que critica, desprestigia, y el que pide su derecho va en contra del pueblo. Y lo expresa de un modo que es por sí excluyente y amenazador a todo intento de reconciliación. 

No hay reconciliación sin respeto y franqueza, sin partes bien definidas y una justicia solvente.

No puede resultar una reconciliación seria y solvente sin conocerse los hechos, disponer de sumarios reales, asumir responsabilidades y en presencia de los presuntos criminales, los autores y sus mandos ante tribunales solventes e imparciales.

El Polisario y su comisión de comisarios políticos y agentes considera sus torturas y asesinatos «errores y abusos», faltas, (sin mencionar los responsables), cuando son en realidad crímenes miserables en la noche oscura del desierto. Olvidan que no poseen la potestad para resolverlos sin tribunales solventes e imparciales, no con los mismos asesinos y abusadores de siempre. La justicia no la imparten los criminales y sus séquitos.

Concluyo con la reflexión del grande de Desmun Tutu al respeto, «perdonar y reconciliarse con nuestros enemigos o con nuestros seres queridos no se trata de pretender que las cosas sean diferentes de lo que son. No se trata de darse palmadas unos a otros en la espalda y hacer la vista gorda a lo equivocado. La verdadera reconciliación expone lo terrible, el abuso, el dolor, la verdad. Incluso a veces podría empeorar las cosas. Es una empresa arriesgada, pero al final vale la pena, porque al final sólo un enfrentamiento honesto con la realidad puede traer una verdadera curación. La reconciliación superficial sólo puede traer curación superficial».

Ese «enfrentamiento honesto con la realidad», el Polisario no lo puede hacer porque su propia esencia es contraria a todo espíritu de derecho y de reconocimiento de que la justicia no es un regalo, sino un derecho inviolable a todo tipo de existencia humana honorable. Las personas ni son objetos ni cosas con las que jugar y manosear sin ningún tipo de humanidad. Tampoco tiene la talla ni el coraje de reconciliarse, pues su ADN violento y totalitario es contrario a toda pacificación o reconciliación o respeto al otro.