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Marina Casado

Un carrusel vacío

Marina Casado

Meteoritos y “dentiagudos”

Meteoritos y “dentiagudos

Muchos niños quieren ser astronautas de mayores. A mí me atraía, por qué negarlo, hasta que me enteré de que había que estudiar mucha física y muchas matemáticas. Y como soy tan de letras, descarté la idea casi instantáneamente. Pero recuerdo que con frecuencia incorporaba el elemento espacial a mis actividades infantiles para darles un poco de color y de vida. El juego de “papás y mamás”, que tanto disfrutaban mis amigas de la urbanización, me resultaba tremendamente insípido. Consistía en pasear el carrito con el babyborn de turno mientras se seguía un guion poco o nada original: éramos madres que llevaban a sus niños al parque, los recogían del colegio, etc. Si te tocaba ser hija, la cosa se animaba, porque podías adoptar el papel de niña traviesa o creativa e incorporar algún giro al argumento; por ejemplo, escaparte de casa y que tus falsos padres se volvieran locos. Pero ser mamá, simplemente, y pasear el carrito, era algo terrible.

Por eso, cambié los escenarios. En vez de por un parque, llevábamos a pasear a los hijos de goma por una selva, por ejemplo. Y claro, teníamos que conseguir nuestras propias provisiones: frutas invisibles que nacían en las farolas de la urbanización. Me subí a unas cuantas farolas antes de que mi madre descubriera mi frutal hazaña desde la ventana y me prohibiera volver a hacerlo. La selva estaba bien, incluso sin trepar por el mobiliario urbano. Pero mi escenario favorito era el espacio, y aquí es donde incorporé todas mis aspiraciones de potencial astronauta.

A veces, paseábamos el carrito por la Vía Láctea, que era una especie de camino en mitad del universo lleno de vacas. Además, las baldosas estaban hechas de helado. En otras ocasiones, nuestra nave paraba en mi planeta preferido del Sistema Solar: Saturno. Sus célebres anillos eran los responsables de aquella preferencia, y es que en esa época ignoraba que otros planetas, como Urano, también los tienen, y estaba convencida de que eran sólidos y podías pasear tranquilamente sobre ellos, del mismo modo que sobre la Vía Láctea. También llegamos a descubrir algún planeta, como aquel que estaba hecho completamente de caramelo. Fueron buenos tiempos y no necesité estudiar nada de física…

De mi antigua pasión deriva mi actual curiosidad por todos los temas astronómicos. Hace unos días, me enteré de que, el pasado septiembre, la NASA consiguió, por primera vez en la historia, desviar un asteroide, cambiando su trayectoria. La misión DART (siglas en inglés de Prueba de Redirección de un Asteroide Doble) consistía en estrellar una nave contra el asteroide Dimorphos, que orbitaba alrededor de otro, Didymos, para acercar el primero al segundo y reducir la órbita del satélite en 35 minutos exactamente. Es decir, que debido a la alteración generada por la nave, ahora Dimorphos tarda 35 minutos menos en dar una vuelta alrededor de Didymos.

¿Cuál era el objetivo de la misión? Aunque Dimorphos no resultaba un potencial peligro para la Tierra, era el candidato idóneo para que la NASA probara si en un hipotético futuro sería capaz de desviar un cuerpo celeste que sí supusiera una amenaza. Y lo ha conseguido. El director de la agencia espacial estadounidense, Bill Nelson, ha afirmado que se trata de “un momento decisivo para la humanidad”. Y eso, desde luego, no puede negarse. Lo que me asombra es que no se le haya dado más bombo a una noticia así. Estamos hablando de que, en un futuro, la NASA podría salvar la humanidad de un meteorito que impactara sobre la Tierra, como ocurrió hace 66 millones de años con aquel que provocó la extinción de los dinosaurios.

Los dinosaurios: ¡otra de mis grandes pasiones infantiles! La película de El valle encantado (1988), de Don Bluth, contribuyó a avivar el interés por la paleontología entre los niños de los noventa. De ahí nos quedó la manía de llamar “cuellolargos” a diplodocus y apatosaurios y “dentiagudos” a los célebres tiranosaurios rex. Como tantos otros, también hubiera deseado la existencia de un “Parque Jurásico” donde verlos vivir en libertad… El tema continúa fascinándome, a pesar de que, hace relativamente poco, descubrí que los dinosaurios no eran tal como los retratamos en la cultura popular, sino similares a una mezcla entre lagartos y gallinas. Por ejemplo, el feroz T-Rex estaba cubierto de plumas y no rugía…

Es grato pensar que, gracias al último logro de la N ASA, tal vez dentro de unos cuantos millones de años la siguiente civilización no tenga que recordarnos como aquella especie que pereció debido a un meteorito. Otra será la causa de nuestra desaparición, pero, por ahora, podemos celebrar este tremendo avance.

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