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Marrero Henríquez

Escritos antibélicos

José Manuel Marrero Henríquez

De la nariz y de sus excepciones

De la nariz y de sus excepciones

Nopólemo sabe que la nariz es un órgano que da más de sí de lo que su asociación con el olfato a primera vista ofrece. Con ningún otro órgano se huele sino con la nariz, eso está meridianamente claro. No se huele con la piel, ni con los ojos, ni con los oídos, ni con la lengua, poco hay que decir al respecto, y no queda más que agradecer a la nariz por regalar el sentido del olfato que invita a acercarse a las fragancias que se perciben con agrado y que conmina a huir de los olores fétidos que advierten de un peligro.

No siempre la ecuación es tal, a veces lo agradable es venenoso y lo fétido curativo; no indican los olores atrayentes y repelentes invariablemente lo mismo y en todas las ocasiones. Identificar esas excepciones es una larga labor de aprendizaje. ¿Y qué sería de la vida si no hubiese excepciones? Un aburrido mar en calma eterna y sin oleaje. No obstante, las excepciones, tal y como advertía don Ramón Trujillo, no son tan excepcionales porque tienen su propia regla. La nariz misma tiene sus anomalías, pues sirve para muchas cosas más que para oler, si bien esas excepcionales anomalías responden a la regla del uso figurado del olfato. Mediante la elevación de la nariz a sus metafóricas posibilidades la nariz es órgano apto para la realización de gran variedad de cometidos. Es capaz de percibir un engaño, pues cuando algo huele a chamusquina la nariz advierte de que hay que ponerse en guardia y desconfiar. Con el engaño algo arde y se quema y huele, aunque en verdad no haya nada quemándose. De la misma manera con el engaño la nariz es capaz de ver un gato encerrado, aunque no haya gato encerrado por ningún sitio.

La nariz puede pensar en términos financieros y dudar de la solvencia de un fondo bancario porque apesta, puede hacer sus deducciones y advertir que tras un vestido elegante se esconde un machango, puede concluir que tras una apariencia modélica hay un fraude, o que aquél que está al fondo, aquél tan calladito y mesurado, atufa a cálculo y a puñalada trapera. Ni la puñalada trapera, ni el machango, ni el modélico fraude, ni la trola bancaria huelen en sentido estricto, pero sí que hieden si se les aplica la excepción metafórica con que la nariz crea su propia regla.

Como si de un profeta se tratara, la nariz barrunta el futuro. «Me huele que va a llover» es una frase tan correcta como ilógica, pero eso no le importa a la nariz, que acierta cuando diluvia, igual que acierta cuando a la primera de cambio olfatea que alguien va a ser traicionado, o que tal partido va a ganar o perder las elecciones. La nariz no es la adivina perfecta y también falla; por mucho que se desee oler la terminación que será premiada en la próxima lotería de Navidad, habrá millones de narices que tendrán que resignarse al fracaso.

Y no todo en la nariz es olfato real y olfato figurado, tiene la nariz también funciones poco metafóricas y escasamente edificantes. La nariz sirve para expulsar mocos y limpiar el organismo de bacterias y de mucosidades víricas. Sirve también para pasar el tiempo, pues los mocos dan lugar al divertimento de niños y mayores, que hurgan en la nariz para encontrar uno y hacer una pelotita que puede ser tirada al azar, dirigida con precisión a su objetivo o saboreada con delectación. Es también la nariz el aposento de ese hábito en extinción llamado tabaco rapé, puede incluso ser el origen de la bancarrota si por ella entra más cocaína de la que un sueldo puede pagar, o puede terminar por arruinar la salud si por ella se aspira más metanfetamina de la que un cuerpo medianamente sano es capaz de soportar.

La nariz es teatrera, a veces es cómica y a veces dramática. Cuando se arruga es graciosa pero cuando se desgarra la nariz sangra trágicamente y a borbotones. Es ese sangrado un hecho poco habitual y, por eso, Nopólemo ha de encontrarle su propia regla, una regla líquida y liquidante, muy diferente a la del olfato que se airea figurado. ¿Es la nariz sangrante una suerte de menstruación en la que cada veintiocho días aflora el desconsuelo por las cosas de este mundo, tan revuelto como está? A Nopólemo le sangra la napia porque está hasta las narices: de la alteración del clima, de la pérdida de biodiversidad, del absurdo de crecer ad infinitum en un planeta limitado, de siempre huidas hacia adelante, de la violencia amazónica, de las guerras y de esa jodida guerra putinesca cuya sangre es tan real como metafórica es esa nariz que se abre en canal y que en suelo ucraniano a hombres y mujeres y niños y ancianos pegada está.

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