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Antonio Balibrea

El mundo por de dentro

Antonio Balibrea

El último emperador

Xi Jinping será al menos cinco años más la máxima autoridad del Estado chino; presidirá, como secretario general el Comité Central del PCCh, y la Jefatura de las Fuerzas Armadas

El presidente chino Xi Jinping

Xi Jinping, el presidente chino, seguro que habrá ganado hoy su mandato como el hombre más poderoso de China a la altura del fundador Mao Zedong, saltándose los límites que establecieron sus predecesores: los reformadores Den Xiaoping, Jiang Zemín y Hu Jintao. El 20º Congreso del Partido Comunista Chino (PCCh) celebrado esta semana habrá eliminado el límite de mandatos al presidente de la gran potencia asiática. Así Xi Jinping será al menos cinco años más la máxima autoridad del Estado; presidirá, como secretario general el Comité Central del PCCh, y la Jefatura de las Fuerzas Armadas. La decisión se ha tomado esta semana, pero se lleva fraguando desde hace años cuando Xi sustituyó a Hu al frente del partido y del Estado.

El gran renovador del Estado chino fue Deng Xiaoping, quien realizó una serie de reformas liberalizadoras, políticas, económicas y del mercado. Limitó el culto a la personalidad dando un mayor peso a las decisiones colegiadas, y votadas, del Comité Permanente del Politburó. El Comité Permanente lo integran entre 5 y 9 miembros elegidos entre los 25 del Politburó, es el máximo órgano del PCCh. Deng amplió la posibilidad de que hubiera varios candidatos para cualquier puesto, en cualquier cargo. Xi Jinping en estos años ha ido desmontando las reformas y labrando la posibilidad de permanecer ilimitadamente en el poder. Su «linaje», su clan partidario, absolutamente fiel, es la herramienta que ha utilizado para hacerse con el poder absoluto, desmontando los pasos aperturistas que realizaron Deng y sus sucesores; los que convirtieron a China en la mayor potencia económica mundial.

Lo debió aprender de su padre, ministro de propaganda con Mao Zedong. Xi, primero ha resucitado el culto a la personalidad frente al gobierno colectivo. Pompa, pompa y paranoia es el titular del Washington Post el pasado 20 sobre el Congreso. Informaba que se ha realizado una serie de televisión de 40 episodios basada en la lucha contra la pobreza, atribuida a Xi, transmitida todas las noches por la cadena estatal de televisión. Sus discursos y fotos proliferan, pronto hasta en la plaza de Tiananmen, junto a la de Mao. Desde 2012, Xi puso en marcha una campaña anticorrupción, que ha sido ante todo la herramienta para purgar a sus enemigos internos en el partido y en la economía. Trata de anular la, apenas incipiente, separación entre el Partido y el Estado. Antes prohibió los sitios web extranjeros. Interviene estatalizando algunos sectores anteriormente privatizados. Da instrucciones generales y pormenorizadas quitando la iniciativa que tenían los gobiernos provinciales, por encima de su primer ministro, Li Kequiang. Ha llevado adelante la actuación contra la minoría musulmana, uigur, en contra de los consejos de algunos de sus generales. El tema más grave, con el que ha perdido más popularidad, y creado malestar es la política de «covid cero»: los confinamientos radicales siguen vigentes sobre millones de personas en grandes ciudades, aparte de crear una gran inquietud pública, es una muestra de la ineficacia de las campañas de vacunación y produce un daño real a sectores críticos de la economía china. La desaceleración económica este año –del 8,1% al 3,2 son las previsiones– será mucho más grave, porque afecta a la confianza y al gasto de los consumidores.

«China oculta su fuerza y espera el momento oportuno», decía Deng; también en esto Xi desoye a sus antecesores y maneja esos asuntos puenteando a su primer ministro, al Ministerio de Exteriores y ha desafiado directamente a Estados Unidos, en el Mar Meridional de China, incluso con invadir Taiwán por la fuerza; EE UU ha respondido con la alianza «Quad» entre India, Australia, Japón y EE UU y limitado los trabajos en China de empleados especializados en circuitos impresos y semiconductores.

El apoyo chino a Rusia en Ucrania es limitado; su prioridad calculada es que Occidente acabe partido y debilitado. Mientras, se beneficia de comprar petróleo y gas a bajo precio, incluso en yuanes.

No es El último emperador de la dinastía Quing que retrató Bertolucci en su oscarizada película. Es el último emperador reciente que quiere «convertir a su país en una superpotencia socialista moderna que represente una nueva opción de gobierno y desarrollo, diferente del modelo dominante de democracia occidental». Palabras de XI el domingo en la inauguración del Congreso, lo que llama «el gran rejuvenecimiento de la nación china». Es otro capítulo del enfrentamiento entre democracia y autocracia en el siglo XXI. La epidemia fue el escenario para medirse ambos sistemas; ahora son los matonismos imperiales prebélicos y bélicos.

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