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Carmen Martínez-Fortún

La curiosa impertinente

Carmen Martínez-Fortún

La caída de Truss vista desde España

Liz Truss. EFE

Puede que Liz Truss tuviera los días contados desde el mismo momento en que accedió al gobierno. Tenemos todo el derecho a sospecharlo recordando cómo se despidió su antecesor con la desafiante broma de que iba a volver. Una desconoce las intrigas del poder en el Reino Unido pero le asombra el caos en el que está sumido ese país, supuestamente serio y el espectáculo inapropiado y grotesco que pone muy difícil tomárselo en serio. También tenemos todo el derecho a sospechar e incluso estar seguros de que, sin la aventura del brexit, cargada de promesas imposibles de cumplir, de mentiras y resultado de un populismo nacionalista como otro cualquiera, esto no hubiera ocurrido.

La izquierda, en nuestro país, ha aprovechado la caída de la breve y ya pobre ministra lechuga para arremeter contra las bajadas de impuestos y contra Feijóo aunque, ciertamente, Montoro, el de tan infausta memoria, no fue precisamente ministro de la derecha que anduviera por tan liberal camino. El caso es que, en la crisis actual, quienes han echado a la gobernante caída en desgracia han sido los mercados, en contra, no solo de las bajadas de impuestos a las grandes fortunas, sino de las a la par desmesuradas ayudas sociales. No hay que ser un genio de los números para comprender que lo mismo en un estado que en una familia, empresa o cualquier negocio que pretenda no ya prosperar sino mantenerse, si no se ingresa, no se pueden atender los gastos. Cuando estos superan a aquellos, hay que ahorrar y priorizar las partidas indispensables.

Para finalizar, a una, como a ese deportista famoso, no le importa pagar los tributos que deba. Siempre que sean proporcionales a sus ingresos, que no pague dos veces por lo mismo y, sobre todo, que se empleen en lo que se debe. Por eso le huele fatal esa campaña machacona de propaganda gubernamental en todas las cadenas y de todos los ministerios, ya sea a favor de la resiliencia como en contra del hombre blandengue y exige, ya sabe que clamando en el desierto, que ni uno de sus impuestos se gaste en semejante despropósito.

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