La Provincia - Diario de Las Palmas

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Guillermo García-Alcalde

Orfeo y Eurídice, la ópera-frontera

Muy interesante la idea de adaptar la gran ópera de Gluck, estrenada en la segunda mitad del siglo XVIII (1762), a una visión siglo XXI de los mitos y alucinaciones de la juventud. El autor tendió con ella una frontera definitiva entre la ópera clásica y la moderna, diferenciadas, entre otras cosas, por la lealtad a un libreto poético que habla de pasiones humanas de manera realista o simbólica, sin los resabios formales ni la monotonía decorativa de la ópera barroca. Es a la vez una recuperación estética de la expresividad conmovedora del Orfeo de Monteverdi, estrenado en Mantua un siglo y medio antes, y de la apertura a la narrativa músico-dramática que llega hasta mediados del XX.

La producción del Taller Lírico de Canarias y el Teatro Pérez Galdós es sumaria en decorados y a la vez muy expresiva. Un solo fondo de escena, receptor de videos y colores proyectados, más un dispositivo central para las bajadas y subidas del Leteo que diferencian el mundo de los vivos del de las furias infernales, dan espacio suficiente a la acción de solistas y masa, cuyo movimiento suma gestos y actitudes identificables con los polos de atracción de la juventud de hoy mismo y de sus gestos colectivos. Se trata de un reflejo bien visibilizado por la grancanaria, residente en Viena, Sylvia Saavedra-Edelmann, con el director escénico Leonard Prinsloo y la dramaturgia de Carlos Santos Cabrera.

Los tres roles protagonistas han sido confiados a voces canarias: el contratenor David Batista, un Orfeo agotador bien servido por una voz bonita y expresiva de mezzo lírica pero limitada en volumen; la soprano Magdalena Padilla, Euridice muy apasionada en su línea de acuciante apremio amoroso; y la mezzo Ana Márquez Guerra como Amor, abstracción bien entendida en sus facetas crueles o conciliadoras.

Baza fundamental de la producción ha sido la del Coro, el muy admirado Ainur de Las Palmas, dirigido por su titular Mariola González. Francamente magníficas las numerosas, difíciles y contrastantes páginas, cantadas con densidad y belleza, además de vivir a tope la acción escénica como si fuesen avezados operistas. Siempre sorprende y deleita la calidad de este conjunto de voces notables y su identificación con todos los géneros.

Carmen Brito dirigió la orquesta del Taller Lírico con los tempi casi siempre vivos y una evidente corrección de lectura, aunque tal vez necesitada de mayor refinamiento y redondez en los volúmenes. La partitura orquestal no es mero acompañante en esta obra, sino protagonista en todas las variables de acción.

Experiencia muy laudable. Marca un camino singular que sería sería magnífico seguir desarrollando en el Teatro Pérez Galdós.

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