La Provincia - Diario de Las Palmas

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Marrero Henríquez

Escritos antibélicos

José Manuel Marrero Henríquez

El mar

Un tesoro bajo el mar de Tenerife.

Hace años que no escucha el mar con la claridad de ahora. Se encuentra Nopólemo a pocos metros de la costa, con los ojos cerrados y acostado boca arriba junto al gran ventanal que se abre de par en par sobre la orilla. El rumor del Atlántico resuena apacible en la habitación, crece cuando las olas crecen y rompen en la arena y se atenúa con el agua en retirada –la resaca es ahora leve, el mar está hoy en calma–.

Nopólemo ase con delicadeza una mano frágil mientras percibe con meridiano discernimiento cómo aumenta y disminuye el rumor marino con el vaivén del oleaje que va y viene. De tanto en tanto todo queda en silencio, por un instante, justo al término de cada exhalación, cuando parece que el océano se paraliza. Luego vuelve la resonancia atlántica, que crece y decrece con las crestas y las resacas que se suceden una y otra vez tras los intervalos de calma en los que mar y pulmón cogen fuerzas para volver a empezar.

A Nopólemo el sonido del mar lo conforta, lo asume dentro sí y lo confunde con la naturaleza toda: la marina, la terrestre, la universal. La habitación misma en la que Nopólemo yace tumbado es también el mar cuyo oleaje, entre los muros, es además oleaje que bate entre los muros. Es ese mar incluso el respirar que se sucede y se para y se sucede en el cuerpo que Nopólemo coge de la mano y reposa a su lado, con la cabeza erguida para que el aire fluya sin sobresaltos.

Nada hay afuera de esa habitación en la que marea y respiración son un mismo sacramento, inspirar, espirar, inspirar, espirar, ola que crece, rompe y se recoge, ola que crece, rompe y se recoge. A ratos el silencio es la leve pausa del Atlántico que necesita reponer fuerzas para volver a su ritmo de aire y almacenar en la resaca el agua que luego habrá de ser devuelta sobre la orilla.

Nopólemo se siente madre, hijo, mar, en la habitación, tumbado boca arriba, alerta a la más mínima variación de ese compás de agua y aire al tiempo. Tan vigilante está que Nopólemo se hace etéreo y líquido en el pulmón oceánico que es la habitación en cuyos muros bate el oleaje.

Aguarda Nopólemo el momento justo en que la marea quede indecisa, a medio camino de la subida y la bajada, con las fuerzas ascendentes y descendentes en perfecto equilibrio, espera con sosiego a la quietud acuática y aérea en su expresión máxima, arrobada. La mano que tiene asida con la suya, con las uñas perfiladas y el afecto concentrado en el cálido abrazo de siempre le advertirá del momento preciso para el descanso perpetuo.

Apenas un dedo se mueve y lo avisa, el suceso se allega puntualmente, ni pleamar ni bajamar, la mano que estrecha, acaricia, enlaza, envuelve, estruja, besa y oprime consiente decir adiós y estar presente.

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