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Meryem El Mehdati

Venga, circule

Meryem El Mehdati

Annyeonghaseyo

Yo no sabía lo que era el kpop hasta que comencé a ver grupos de adolescentes reproduciendo las coreografías de sus grupos de kpop favoritos en plena calle Triana, en Profesor Agustín Millares Carló o en cualquier lugar donde encontraran una superficie en la que reflejarse y observarse a sí mismos

Aquí una breve lista de las palabras que sé decir en coreano: annyeonghaseyo (hola), saranghae (te quiero), mian (perdón), aniyo (no), dae (sí), omo (ay, Dios), wae (por qué). No sé cuándo comenzó, ¿quizá en 2012 mientras Oppa Gangnam Style del rapero Psy resonaba en todas las discotecas europeas?, pero lo cierto es que Corea del Sur domina la escena audiovisual y musical de medio mundo. Yo no sabía lo que era el kpop hasta que comencé a ver grupos de adolescentes reproduciendo las coreografías de sus grupos de kpop favoritos en plena calle Triana, en Profesor Agustín Millares Carló o en cualquier lugar donde encontraran una superficie en la que reflejarse y observarse a sí mismos. Sus movimientos son perfectos, están sincronizados, se mueven como si llevasen meses de ensayos. Cuando los observo me acompaña una sensación agridulce porque yo a su edad trataba de ocupar el menor espacio posible y era muy consciente de mí misma y de mi cuerpo, ni en un millón de años me habría atrevido a bailar delante de tanta gente desconocida. A ellos les da igual, son libres. Qué envidia.

De vez en cuando me sorprendo a mí misma fantaseando con festines de bibimbap, kimbap, guisos de carne de ternera con verduras y kimchi, ramyon, tteokbokki o boniatos asados con salsa gochujang. La estética está tan cuidada en cada serie o película coreana que en muchas ocasiones da la impresión de que hasta la miseria surcoreana es bella, y que si tocamos la pantalla de nuestros televisores vamos a transportarnos a Seúl o a Busán y vamos a compartir plano con familias de millonarios de atuendos impecables y belleza afilada, madres solteras que combaten con entereza contra un sistema de castas sociales demencial para sacar a su hijo o a su hija adelante y adolescentes y jóvenes adultos que comienzan a florecer en la sociedad del capitalismo tardío. Si algo hay en las series coreanas es dinero, desde luego. La crítica social de Parásitos o El juego del calamar no es casualidad o pura coincidencia: si cree que en España la lucha de clases es un tema trillado es porque no ha visto ninguna de las más de treinta series que ofrece el catálogo de Netflix en España. La mayoría de los personajes de esas series no tienen dónde caerse muertos y luchan para sacar adelante sus negocios, sus trabajos o sus familias de diversas formas. Algunos optan por desligarse de la sociedad y dedicarse al crimen. Creo que no los culpo. Otros utilizan las trampas del sistema para llegar a lo más alto de la pirámide y se convierten en exitosos abogados o empresarios. Unos pocos juegan sus cartas al trabajo duro y el sacrificio. No suele irles bien.

Antes de llegar a las series y al kpop mi primer contacto con la fiebre surcoreana fue a través de los vídeos de mukbang en Youtube. Los vídeos de mukbang son retransmisiones en directo en las que una persona ingiere cantidades monstruosas de comida mientras interactúa con su público. Al tiempo comencé a aborrecerlos porque me parecían un desperdicio de comida un tanto insultante y estaba segura de que esas personas se provocaban el vómito una vez apagaban la cámara. Sin embargo, a través de los vídeos de mukbang llegué a un género que poco a poco ha ido colonizando cierto sector de Youtube: “Un día conmigo”. En este tipo de vídeos el emisor comparte con su público su rutina diaria desde que despierta hasta que se acuesta. La mayoría de las youtubers que se dedican a este género son mujeres jóvenes adultas que viven solas en pisos diminutos y que compaginan sus trabajos reales con sus cuentas en Youtube. Muchas tienen más de un millón de seguidores. El espectador las ve usar el transporte público, hacer recados, cocinar, irse de camping o ver series surcoreanas. Son muy pocas las que no ocultan su rostro y su nombre real, supongo que temen que una vez se asocien los lugares que transitan con su cara cualquiera pueda abordarlas en la calle.

Muchas veces me pregunto cómo han conseguido los surcoreanos colonizar la cultura mundial de esta forma si hace poco más de cincuenta años su país había sido devastado por la guerra. Desde la cosmética hasta la filosofía pasando por el arte y por música, Corea del Sur parece haber ocupado un espacio en el que otrora reinaba Estados Unidos. No me preocupa el cambio, solo me produce curiosidad. Al menos su comida está buenísima.

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