Cualquiera que desee conocer la evolución en los últimos ochenta años de los artefactos domésticos que conllevan cierta sofisticación solo tiene que hacer una inmersión en el campo de la fotografía. A pesar de que la cámara fotográfica más elemental fue creada en 1830 por dos científicos franceses, hasta hace poco más de ocho décadas eran muy escasos los ciudadanos que disponían de una cámara fotográfica. Los que de una u otra forma las exhibían, estaban mostrando un signo de distinción y de elegancia.

En la ciudad existían los fotógrafos profesionales que tenían estudio en destacada sede abierta al público como si se tratara de un despacho de profesión liberal. En estos espacios se llevaban a cabo sobre todo los llamados retratos de Estudio que incluían en un ángulo de la fotografía un cuño para su indeleble identificación. Estas fotos eran realizadas con cámaras montadas en trípodes y se llevaba a cabo un estudio de la luz proyectada para impedir sombras y mejorar la fisonomía de objetos y personas.

Un rango más popular y económico era cubierto por los llamados «minuteros», que realizan fotos al minuto y que dedican su jornada laboral a retratos de estudiantes, soldados y usuarios de multitud de impresos para centros oficiales que hasta no hace mucho tiempo exigían identificación burocrática. Asimismo, el retrato ocupaba su implicación en ámbitos familiares como la exigencia del Libro de Familia o la matrícula para obtener cualquier carné. La actividad de fotógrafo era considerada como un empleo o función laboral. En la calle la Carrera de La Laguna, un famoso fotógrafo retrataba de manera ocasional a las bellas universitarias y las exhibía en amplio fotograma durante casi un mes en el lujoso escaparate de su estudio. El lugar se convertía en reclamo de silenciosa peregrinación amatoria, aunque la agraciada no se llamara ni Pino ni Candelaria.

La semiesquina de Bravo Murillo con Tomás Morales, en la ciudad de Las Palmas, y las plazas o alamedas de los pueblos en épocas festivas eran lugares de asiento de fotógrafos ambulantes que llenaban de imaginación los escenarios. En Camino Nuevo, frente al Cabildo, en un pis-pás se construían fachadas de palacetes, con columnas y recodos del Estanque del Retiro madrileño. Los amplios telones pintados con arboleda floreada y los jarrones de falsa porcelana sobre pedestales propician el salto a la fantasía.

Una incursión por el mundo de la fotografía nos la acaba de ofrecer el Dr. e historiador en Bellas Artes Teo Mesa, en su obra La fotografía en Gran Canaria (Fundación La Caja, 2022), que aglutina en su biografía creativa una amplia variedad de habilidades artísticas: pintor, escultor, dibujante, retratista, fotógrafo artístico, grabador, serigrafista, diseñador gráfico, Articulista, poeta, docente, crítico, analista y teórico de arte, conferenciante y presentador de exposiciones, comisario de proyectos expositivos, colaborador en radio y TV.

Esta variedad de habilidades ha sido el soporte de un dilatado currículo que abarca, más allá de la creación pictórica y escultórica de elaboración propia, una actividad investigadora sobre diversas líneas de trabajo como el dibujo en Galdós y una constante mirada reflexiva sobre la plástica canaria, que no deja de trasladar a la docencia, que es su esencial ámbito de trabajo.

La obra La fotografía en Gran Canaria significa realizar un panorama desde el comienzo de la fotografía en nuestra isla, con los diversos protagonistas de su autoría que nos han dejado el testimonio de unas épocas pretéritas en las que todos nos admiramos al ver pasar los años contados por decenas.

La fotografía es un objeto que está marcado por el paso del tiempo. El acto del retrato fija casi de manera misteriosa nuestros pasos en el camino de la vida. Los niños son muy perspicaces para percibir momentos del pasado. Dos hermanas están observando un álbum familiar en el que las niñas se encuentran como protagonistas. La más pequeña, que responde al nombre de Sira, con apenas cuatro años, le dice a la mayor, a la que le sobrepasa tres: -Ven, Ana, para que te veas cuando eras chiquitita. El tiempo, merced a la fotografía, se les ha quedado enredado en sus dedos pequeños y delicados.