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Desirée González Concepción

¿Responsabilidad? No, gracias

Un enfermero vacuna de la gripe a una mujer durante el inicio de la campaña de vacunación contra la gripe en Cantabria, en el centro de salud de Puertochico, a 10 de octubre de 2022, en Santander, Cantabria (España). César Ortiz - Europa Press

Mi abuela siempre decía que sus nietos eran muy estudiosos y responsables; presumía de aquel que sacaba mejores notas, del que era más obediente, de la que ayudaba más en casa (solían ser las chicas)… Hace 40 años una persona responsable era aquella que cumplía sus obligaciones sin demora y era ejemplo de rectitud para su familia y sus compañeros de trabajo. Una persona responsable debía ser tal y como se esperaba de ella y no podía permitirse el más mínimo error. No quiero olvidar a aquellas amas de casa que se desvivían por sus familias y se abandonaban una vez entraban en el matrimonio. La responsabilidad conyugal las empujaba a dejar de ser mujeres para pasar a ser madres y esposas.

Sin embargo, con el transcurrir del tiempo «ser responsable» ha adquirido un sentido casi peyorativo, ya que se relaciona con personas autoexigentes, a las que se les asignan las tareas más complicadas y, por ende, sufren más que el resto. Hoy me gustaría llevar mi reflexión a un concepto de responsabilidad algo más profundo. Observo que el vocablo se puede asociar a palabras como compromiso, empatía, madurez,…Me encanta explicarles a mis alumnos que deben ser responsables de sus actos, que en nuestra vida cada acción conlleva una consecuencia. Quizá este aspecto más humanista de la responsabilidad se le escapaba un poco a mi abuela y también a las generaciones posteriores.

Vivimos en una sociedad que reniega del compromiso, que se escuda en la palabra «libertad» para salir corriendo ante una situación que requiera un mínimo de obligaciones. Quizá una población infantilizada que nunca ha deseado ser libre y no ha aprendido a tomar decisiones. Me atrevo a decir que la responsabilidad indica libertad. Cierto que, depende de para quien, puede resultar un regalo o un lastre tomar conciencia que somos responsables de nuestros éxitos y de nuestros fracasos. Normalmente buscar culpables y echar balones fuera cuando la cosa se nos tuerce, resulta ser la vía más cómoda para autocompadecernos. Somos adultos, la puerta de la jaula está abierta y nos corresponde volar en busca del camino elegido. Somos libres para soñar, sin embargo muchas veces el miedo secuestra esa capacidad de elección y vivimos sometidos adoptando la forma de vida de otras personas.

Sin duda, la primera de las responsabilidades radica en cuidarnos a nosotros mismos. Me refiero tanto al aspecto físico de salud y belleza como al aspecto emocional. Hablo de reforzar nuestra autoestima, aceptarnos como somos, empoderarnos y por supuesto estar abiertos al cambio. En los últimos años se ha hecho muy popular la creencia de que gran parte de nuestra forma de actuar se la debemos al pasado; la manera en la que fuimos criados marcó en gran medida nuestra personalidad. Creencia del todo cierta pero que no justifica el responsabilizar a nuestros padres de todas nuestras miserias y así quedar impugnes ante nuestros posibles desatinos. Ellos nos educaron lo mejor que pudieron tomando como base aquellos patrones que llevaban grabados de sus ancestros. Patrones que no incluían la educación emocional y mucho menos el poder expresar nuestros sentimientos. Por supuesto, ante ese panorama de anular nuestro mundo interior, todos arrastramos heridas de nuestra infancia. Cuando la vida muestra dificultades, estas heridas suelen abrirse, pero es cierto que hoy en día tenemos muchos medios a nuestro alcance para que cicatricen lo antes posible. Solo cuidándonos estaremos capacitados para cuidar de los otros. Ahora que somos conocedores de esta realidad, nos corresponde como familias ofrecer la mejor educación a nuestros hijos. Ser padres responsables no implica tan solo proporcionar comida, colegio, médicos, cultura, ocio,... La responsabilidad familiar pasa por acompañar a nuestros hijos en su recorrido emocional, ayudarles a gestionar la ira, la tristeza, el miedo,…estar presentes ante sus cambios de humor, sostenerlos. Verlos y escucharlos es la mejor forma de amarlos. No es un secreto que el móvil sustituye las conversaciones familiares y que la televisión cierra la boca de nuestros pequeños. Niños que, en estos casos, crecerán creyendo que no son merecedores de atención y por tanto no aprenderán a escuchar. Con Cronos marcando el latido de nuestra vida, debemos establecer prioridades y lo superfluo debe quedar tan solo como una pequeña opción para determinados momentos.

Es lógico que hablemos aquí también de empatía, debemos tratar a los demás con el máximo respeto y amabilidad, tal y como nos gustaría que nos tratasen a nosotros. De alguna manera, somos responsables del bienestar de los que nos rodean. Esta responsabilidad se vincula además a la sostenibilidad; todos somos partícipes de esta labor de preservar el mundo en las mejores condiciones para las generaciones futuras.

La mayoría de nosotros somos verdaderos privilegiados; podemos elegir los alimentos más saludables, los ambientes menos contaminados, relacionarnos con las personas que nos aporten mayor alegría y equilibrio...En esta era de las posibilidades infinitas contamos con la libertad para proceder como mejor nos convenga, eso sí, sin olvidar el aleteo de la mariposa; cada uno de nuestros actos afectará a muchas otras personas. Sin duda, vivir es un acto de responsabilidad.

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