Ayer terminé la columna que pensaba publicar hoy pero la leí varias veces y finalmente decidí guardaba para otra ocasión. ¿Razones?, una foto que encontré y que me devolvió a un instante. Les cuento. Que la redacción de La Provincia estuviera a dos pasos del Hotel Iberia, establecimiento en el que se hospedaron muchos artistas que actuaban en Las Palmas de Gran Canaria, me permitió entrevistar en los salones del hotel a algunos de los cantantes que admiraba. Un día los jefes me propusieron entrevistar a Carlos Cano que ese año era la atracción de las Fiestas de San Juan. Cantaba en la Plaza de Santa Ana, tengo la impresión de que sobre las nueve de la noche. Quería entrevistarlo pero debía de ser rápida. Lo llamé a la habitación que ocupaba, no eran tiempos de móviles. Reconocí su voz y sin dudarlo le conté que quería entrevistarlo pero le advertí que el tiempo se echaba encima y yo no quería era alterar sus compromiso. “Espera que bajo”, contestó. Me senté en los salones del hotel esperando que llegara alguien de su confianza y me mandara a la porra. Cuando estaba enfrascada en mis pensamientos y con el reloj remando en mi contra, se abrió ascensor y salió Carlos Cano, alto, pelo rizado y riendo: “¿La hacemos en 10 minutos?”, preguntó. Recuerdo que llevaba un abrigo de tres cuartos y en uno de sus bolsillos guardó los guantes. Hicimos la entrevista a todo correr; debió ver mi nerviosismo porque me aconsejó que leyera su biografía en unos folios que había en la carpeta que puso en mis manos. Para facilitarme el trabajo, me dijo que sacara de aquellos folios declaraciones suyas y las incluyera en la entrevista. Eso hice. Mientras su representante aguardaba la llegada de un taxi, Cano me dio un abrazo que recordé el día de su muerte. Y sigo recordando hoy.