La Provincia - Diario de Las Palmas

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Antonio Perdomo Betancor

Objetos mentales

Antonio Perdomo Betancor

Nota y partitura

Nota y partitura

Por de pronto, me pregunto si debemos preocuparnos por la pirotecnia fatalista y demás profetas del fin, desmadrados unos por sus propias psicosis, interesados y conspirativos otros, ludópatas y partícipes todos de un juego cataclísmico. ¿Ocuparse? Sí. Desde luego que sí hay que ocuparse de esta permacrisis, empieza a llamarse así a tantas crisis consecutivas y permanentes. Pero, no más que preocuparse del pago de la hipoteca.

De último, la crisis climática dopada ha dado un acelerón que la ha puesto en la pole position de los ganadores en esta nueva y vieja carrera por la catástrofe. Los listillos la exprimen como los yonquis una dosis misérrima. En estos momentos, como en otros momentos históricos, la población vive una proliferación de hipótesis y relatos acerca del fin. «Les unes» lloran «abrazades» a las reses en los mataderos, y los otros, en las cumbres de los montes, alzan sus brazos en un ruego salmódico, confiando que les asista un providencialismo extraterrestre. Que una nave flipada de luces los eleve sobre los escombros de la catástrofe. Pero la decepción se renueva una y otra vez. Les mueve el propósito de ser salvos, por causa de una meritocracia cuya una pureza consideran privativa, pero al parecer insuficiente.

A las piezas de esta gualdrapa finalista se le añaden, día a día, nuevos elementos, pero del mismo tejido apocalíptico. El tegumento que los une es el miedo.

En otro momento, la catástrofe provenía del fondo del cosmos y según esa versión, un planeta, el llamado planeta X, hasta ahora incógnito en el vientre infinito del cosmos, desplazaría a la Tierra fuera de su órbita y a la humanidad con ella la sumergiría en sus profundidades. Caería por un tobogán hasta el fondo del gran vacío de Bootes. Con temperaturas siempre cercanas al cero absoluto, la Tierra vagaría desorientada y congelada, sin Sol que le dé luz ni calor.

Otras sectas esperan ansiosamente el impacto de un planetoide contra la Tierra y la convierta en añicos y que, como los pobres dinosaurios, por fin, esta vez la humanidad en su edad de hierro, desaparezca sin dejar rastro. Por malvada. Porque justifican, al fin y al cabo, la humanidad es un virus, o un cáncer para el planeta Tierra. Incluso se emocionan con la llegada de la catástrofe final. ¡Y yo que saludo el nuevo día como una bendición! La verdad, este milenarismo me deja atónito. ¡Tanto odian la vida humana! Existen tantas cosas por hacer, o incluso por deshacer, o dejar de hacer, que no salgo de mi perplejidad.

Estas cándidas almas, no cesan de pensar cómo sería el planeta Tierra sin el cáncer de la humanidad, aunque, tampoco comprendo finalmente cómo podrían disfrutar de ese escenario post-catástrofe. El de un escenario de una Tierra sin la humanidad. Imagino que juegan con las cartas marcadas y hondamente aspiran a ver la hecatombe de los otros seres humanos desde tribuna, como si ya hubieran adquirido, por el privilegio de su creencia, o de su fe, una entrada en tribuna para disfrutar del show.

A los de la secta animalista quizá les importe poco o nada, otra muerte de animales más, dirán, dado que asumen la des-jerarquización moral de la vida en sus múltiples formas. En una hipótesis así, el hombre jerárquicamente estaría en el mismo nivel moral que el bacilo de Koch, (el responsable de tantas muertes por tuberculosis) o, si a ustedes les place, en el de un paramecio. Imagino que, dado que jerárquicamente responde a la misma valoración, después de la catástrofe les confortará la pervivencia de las bacterias, bacilos y otros seres microscópicos.

Disculpen por mi ignorancia, pero entiendo que un ser humano tiene un valor preeminente al bacilo de Koch o a una vorticela. Pero, en fin, gustos hay para todo. Nos parece, imagino cándidamente, que hubiere espacio y humor en el tiempo post-catástrofe, pese a que, en hipótesis, la realidad confirmase los deseos de aquéllos que confiesan que la humanidad es un cáncer para el planeta.

A esta diversión le falta un detalle, o muchos detalles, que merecen un comentario. Pero no hay lugar. Al menos comentaré uno. La Tierra, en hipótesis, es hermosa porque la humanidad posee ojos humanos y los ojos humanos la ven hermosamente necesaria. Sin ojos humanos que la contemplen sus atributos se esfumarán. Con otros ojos que pudiéramos imaginar, sería completamente distinta. Con otra ontología no-humana, la belleza inigualable y demás atributos que contemplamos, «… se perderán como lágrimas en la lluvia…» (frase del replicante en el diálogo final de Blade Runner, 1982).

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