Es una mujer divertida, vive a carcajada limpia. Hace un tiempo que carga con una calumnia imparable. No fue ella la primera que supo que su alegría, su espontaneidad, estaba mal vista para algunos y algunas que comenzaron a lanzar bulo que la situaban en la puerta misma del alterne hasta que un día comencé a escuchar comentarios cuyo fondo tenía como objetivo dañarla más si cabe. Es una mujer vistosa y feliz. Algunas tuvieron la poca vergüenza de intentar arrinconarla. Ella supo ahí que caminaba por terrenos peligrosos y se asusto. Un viejo que tiene sus pensamientos muy cerca de Franco y Vox no se anduvo con chiquitas y contó allá donde se lo permitieron que la mujer señalaba atendía a cliente en casa. Las habladurías fueron subiendo de tono al tiempo que la mujer decidió controlar su vida y plantarle cara a quienes no tenían freno con bulos cada vez con peor contenido. Creo conocerla bien y por tanto saber el laberinto en la que la estaban metiendo. Hace unos meses decidí sentarme a su lado y preguntarle cosas que me preocupaban. La primera y principal era conocer el origen de las calumnias y como comenzaron. No fue fácil pero sí necesario especialmente desde que escuché a uno de los machitos que buscaban en su y entorno a una mujer que fuera a su casa para aligerar la plancha y supongo que proponerle otros trabajitos. No sabía cómo llegar al tramo más delicado. No lo pensé mucho y tratando de no asustarla le pregunté sí tenía novio, pareja o amigo especial. Ese era el hilo del que yo quería tirar para llegar a su sinceridad. «¿Sabes los comentarios que corren por ahí sobre ti?», pregunté. No pudo controlar sus lágrimas. Era ajena a todo. «Yo no le hago daño a nadie», comentó llorosa, «y no soy una puta…»

Amiga tu vida es tuya, vívela.