Venga, circule

Tierra, mar o aire

Tierra, mar o aire

Tierra, mar o aire

Meryem El Mehdati

Meryem El Mehdati

La mayoría de mis amistades ya no vive en Canarias. Algunas se fueron para seguir estudiando en otras ciudades de la España peninsular, como Barcelona, Salamanca, Sevilla o Madrid. Al terminar sus estudios encontraron trabajo allí. Nunca volvieron. Otras intentaron alargar su partida todo lo posible y solo dejaron atrás sus respectivas islas cuando no les quedó más remedio. A partir de cierta edad la dignidad de uno se convierte en una piedra en el gaznate que le impide tragar ciertas cosas, sobre todo si lo que se le ofrece a cambio de los años que pasó formándose es una broma, no un sueldo. Nadie nos prometió que nos haríamos ricos trabajando, pero sí que ganaríamos lo suficiente como para vivir con dignidad. Tengo la sensación un tanto amarga de que nuestro archipiélago exige una serie de sacrificios a aquellos que ansían crecer en su tierra y en ella hacerse mayores. Hemos de tragar con la dinamitación total de nuestros servicios públicos, con la especulación inmobiliaria que ha convertido los centros de nuestras ciudades en lugares en los que no nos podemos permitir vivir, con la dejadez y el abandono de los barrios humildes y con la miseria generalizada que nos lleva a encabezar las cifras de privación material severa y número de habitantes en pobreza y exclusión. La saliva se atasca en la garganta pero el cielo azul brilla tanto, azul limpio y suave, que uno puede fingir que no se da cuenta. A pesar de todo, muchos decidimos quedarnos en su momento porque creemos (o creíamos) que la única forma de cambiar las cosas para los que vienen después era esta. Poco a poco se interioriza que vivir conlleva una serie de sinsabores y renuncias que forjan el carácter. Crecer es esto. Me permito plantear la siguiente pregunta. ¿A cuánto está usted dispuesto a renunciar por las raíces que echó en la tierra?

En ocasiones la verdad nos incomoda porque nos hace enfrentarnos a eso que tapábamos mientras mirábamos ese cielo azul. Mientras nuestros jóvenes huyen a otras ciudades que van a usar su talento y su formación para generar más riqueza, aquí tendemos una alfombra roja pagada entre todos a teletrabajadores europeos con sueldos que doblan e incluso triplican el salario mínimo interprofesional. Ponemos pantallas gigantes en capitales como Londres o Berlín para atraerlos y les proponemos una amplia variedad de experiencias. 600.000 euros de los fondos REACT-UE se van en eso, yo no puedo evitar preguntarme por qué unos no pueden quedarse en sus barrios y disfrutar de esa “amplia variedad de experiencias” y otros sí. ¿Saben qué otra lista encabezamos? La de los suicidios: tenemos la tercera tasa más alta del país. A los treinta años nadie quiere compartir nevera y baño con tres personas más, pero muchos siguen haciéndolo porque la otra opción es irse de aquí. Una vez parten, son muy pocos los que vuelven. El ser humano tiende a ser egocéntrico en menor o mayor medida: solemos estar tan ensimismados en nuestro crecimiento que tendemos a ignorar el de aquellos que nos rodean. Una tarde alcé la mirada y me percaté de que el bigote de mi padre ya era blanco. No me di cuenta cuando comenzó a teñirse de canas, ni cuando sus pasos se volvieron algo más lentos, ni cuando las esquinas de sus ojos se arrugaron ligeramente. Solo fui consciente de que había dejado de ser joven cuando se jubiló. ¿Quién no quiere estar siempre cerca de sus familiares por si surge algo y le necesitan?

Entre mis compañeros de promoción corría el siguiente chascarrillo. Al finalizar nuestros estudios teníamos tres salidas: por tierra, por mar o por aire. Pienso en nuestras risas de aquel entonces y en si seguirán riéndose ahora. En los últimos meses me he encontrado con varios de mis antiguos compañeros y todos tenemos lo mismo en común: jamás conseguimos trabajar de eso para lo que nos formamos. Aquí los idiomas sirven para una cosa y solo para esa cosa. La tomas o la dejas. Si la tomas, la desesperanza se cerrará en torno a tu garganta como dos manos algunas noches. Harás cuentas sabiendo que no te van a salir. Si esto es un paraíso ¿por qué casi un 38% de sus habitantes tiene hambre? ¿Brillarán las pantallas gigantes que han puesto en Berlín y en Londres para mendigar teletrabajadores tanto como nuestro cielo? Azul limpio, suave.

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