A la intemperie

La cabeza de Einstein

Fachada Facultad de Ciencias del Mar

Fachada Facultad de Ciencias del Mar

Juan José Millás

Juan José Millás

En el sueño, un grupo de amigos habíamos quedado a comer y todos éramos conscientes de que estábamos soñando. Desde esa perspectiva nos relatábamos unos a otros las aventuras de la vigilia. Así, Ricardo contó que el departamento de Recursos Humanos de su empresa había puesto en marcha una norma según la cual todos los empleados deberían recuperar al final de la jornada los minutos «perdidos» en el cuarto de baño. Le dijimos que eso no ocurría ni en las vigilias más locas y sacó del bolsillo la circular en la que venía escrita la norma. ¡Qué cosas más raras pasan cuando estamos despiertos!, nos decíamos entre perplejos y festivos. Pedro aseguró que en su vigilia los trabajos más penosos eran los peor remunerados, lo que, curiosamente, ocurría en la vigilia de todos porque las vigilias de la gente, en general, se parecen más que sus sueños.

En esto, el camarero nos trajo una fuente de langostinos cuyas cabezas, sin embargo, eran de seres humanos, lo que no nos extrañó porque en los sueños ocurren estas cosas que no hacen daño a nadie. Mientras dábamos cuenta del marisco, Javier dijo que las cabezas tenían tan buen aspecto porque les echaban ácido bórico para retrasar su descomposición. Mientras hablaba, chupaba una de ellas con verdadero gusto. Se parecía a un hermano de mi madre que era ingeniero de caminos, dijo luego abandonando la cáscara vacía sobre el plato. Yo, en la vigilia, no suelo comerme las cabezas de los langostinos porque me dan un poco de asco, pero había una que se parecía a Einstein y decidí probarla, por si se me contagiaba algo. Sabía a fósforo.

Julio preguntó entonces que dónde sucedían cosas más extravagantes, si en la vigilia o en los sueños, a lo que Pedro, que es economista, aseguró que la vigilia estaba toda ella montada sobre el delirio del dinero, cuyo respaldo no era otro que el de la fe religiosa que le profesábamos. Los billetes, añadió, son verdaderas estampitas de santos. Si dejáramos de creer en el dólar, se vendría abajo en dos días. La alarma del móvil me despertó y puse la radio, donde estaban diciendo que en los últimos diez años los intentos de suicidio entre niños y adolescentes se habían multiplicado por 26. Me pareció que seguía soñando.

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