Reseteando

Morir en una carretera de Rumanía

Accidente mortal en Rumanía durante muere una familia de Gran Canaria

Accidente mortal en Rumanía durante muere una familia de Gran Canaria / LP/DLP

Javier Durán

Javier Durán

Hay tardes en que el silencio de un día festivo en la redacción del periódico se convierte en un pesado fardo. La tragedia se mete dentro del cuerpo y esparce su semilla igual que si fuese el escalofrío que no augura nada bueno para la salud. Unos padres de aquí, similares a otros tantos, esforzados, amantes de sus hijos, viajan a Rumanía para pasar unas pequeñas vacaciones con la hija que hace el Erasmus. Una felicidad que acaba de forma abrupta: cuatro miembros de la familia caen fulminados en uno de esos accidentes de tráfico donde un golpe estremecedor corta hasta el aleteo del ave. Suena a ácido que la vida sitúe en su trayecto jugadas maestras en la lejanía del barrio, del calor del colegio y del feto protector del terruño. No los conocía, pero he visto en ellos el espejo de tantas y tantas biografías entregadas a la superación: probablemente la estadía rumana de la joven Alicia era un orgullo para sus progenitores José y María del Carmen, y motivo de admiración para la pequeña Cristina. Hay noches en la redacción en las que toca añadir un nombre al listado de las víctimas mortales, un duro ejercicio de tristeza porque ves a través de la niña perdida la mirada de otras que miran fijamente. Morir en una carretera de Rumanía debería ser el final del que cruza las entrañas de Europa como táctica vital, o bien el epitafio para un aventurero que excava en la existencia, o quizás la leyenda desgraciada de un refugiado que huye por las estepas de la guerra. Pero nunca el de una familia de aquí, igual a otras tantas, poblada de las esperanzas con las que la mayoría inicia y entierra la jornada, nutrida de los sueños y manotazos de la suerte que circulan indesmayables entre las cocinas donde se corta la verdura, ajetreada y entregada en estirar el estipendio... Nada vale para penetrar y aplicar la retina sobre ese espacio inenarrable donde la alegría pasa a ser desventura a una velocidad insoportable. Ahí seguro que no falta el destino, omnipotente, retador y sin fisura alguna. Cabe maldecirlo por colocar su peluda zarpa sobre las horas que estas personas vivían en paz.

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