Reseteando

Corralejo-Dreamland

Los cometistas entrando en las dunas de Corralejo, ayer. | | LP/DLP

Los cometistas entrando en las dunas de Corralejo, ayer. | | LP/DLP / LP / DLP

Javier Durán

Javier Durán

El caso Dreamland contra las Dunas de Corralejo para levantar una ciudad del cine chicle en Fuerteventura tiene todos los ingredientes de un pelotazo urbanístico. Unos inversores han conseguido multiplicar el valor de sus miles de metros cuadrados rústicos (16 hectáreas) al obtener del Cabildo majorero una declaración de interés general para una infraestructura, que, bajo el epígrafe cinematográfico, acoge áreas para el esparcimiento y otras lindezas nada urgentes para el bien común. Semáforo verde que permite, por tanto, la recalificación para construir el proyecto en un entorno protegido por relevantes instrumentos medioambientales, cuya existencia quedaría en entredicho si se consuma la iniciativa.

La travesía por el pleno de la corporación del expediente provocó, a la hora de la votación, un verdadero terremoto al dividirse el gobierno insular, y salir adelante el cambio de suelo gracias al voto de calidad de su presidente, de la Agrupación Municipal de Fuerteventura (AMF). Si nadie lo remedia, la turbulencia que se acerca peligrosamente al Parque Natural de Corralejo se erige como otro ejemplo de librillo de especulación urbanística y en un nuevo motivo de rechazo para un movimiento ecologista que no puede bajar la guardia

Hay que restregarse mucho los ojos para reconocer que este tipo de operaciones todavía cuajen en Canarias, siempre susceptible de ser saqueada. En esta ocasión, se trata de levantar bajo el envoltorio de una ciudad dedicada a la cinematografía un enorme parque comercial con una gran abanico de ofertas dirigidas al entretenimiento, restauración y otros cultos del ocio. El cometido dedicado exclusivamente al cine quedara, a buen seguro, en un edificio que albergará tecnología de última generación para el montaje de películas. La opción de un megaespacio dedicado a acoger rodajes uno detrás de otro ya ha pasado a la historia, ya sea por los nuevos medios técnicos o por la capacidad para movilizar a grandes efectivos humanos gracias una mayor conectividad.

Aparte del truco especulativo que pueda encerrar la propuesta de Dreamland gracias a la legislación en vigor, no podemos olvidar que la fiscalidad favorable que tienen en Canarias los rodajes debería ser causa más que suficiente para plantearse la coordinación regional de las iniciativas de índole cinematográfico. Constituye un sector estratégico que no se puede quedar en manos de localismos políticos que, con sus aspiraciones, podrían dañar el atractivo de las Islas Canarias como plató cinematográfico.

El caso Dreamland, con sus peculiaridades, no solo destapa la carrera entre las islas del Archipiélago para llevarse el gato a la marmita de leche, aunque ello sea a través de alteraciones dañinas sobre el paisaje y con suculentos beneficios para la iniciativa privada frente a los del resto. Entre otras, son razones más que suficientes para obtener de una instancia superior del Cabildo majorero una paralización dado el dudoso interés general que ha obtenido el proyecto.

La cuestión más lamentable es que pese a las décadas y décadas de experiencia para evitar que el territorio canario sea pasto de los buitres, volvemos a vivir una situación humillante de rendición ante la prepotencia de una operación ideal para ilustrar un cómic sobre las Islas y los Marshall que nos asedian cada dos por tres. El cine es ahora el pretexto, pero podría ser con la piel del plátano, el burgado y su baba, la ortiga y su efecto dermatológico, el aire del mar y su sabiduría con la próstata... Cualquier cosa vale para obtener una recalificación. A ese conglomerado de la ciudad del cine que trepa por los despachos majoreros hay que llamarlo por su nombre: pelotazo.

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