En voz baja

Frustración

Rubén Reja

Rubén Reja

Lo de ser empresario es una profesión de alto riesgo. En estos tiempos de futuro incierto aún quedan algunos ‘lunáticos’ que insisten en jugársela para generar empleo y riqueza. Ser emprendedor es sinónimo de valentía y esfuerzo, que en muchas ocasiones no obtiene su justiprecio.

En el caso del Archipiélago canario, esta región puede presumir de emprendeduría, de sacrificio y superación, pese a los obstáculos de la maraña burocrática. La inacción de las administraciones, en todos sus ámbitos, lastra un sinfín de proyectos empresariales que menoscaba el bienestar, ahuyenta la inversión y ensombrece el horizonte. Empresas de peso como Lopesan, Loro Parque (felicidades porque esta semana cumple su cincuenta cumpleaños) y muchas otras en Canarias chocan de bruces contra el ostracismo de las administraciones.

El ‘vuelva usted mañana’ se impone como ley consuetudinaria sin que los gobernantes de turno hagan nada efectivo para resolver la lacerante situación. Es mucho pedir algo de agilidad y eficacia, aunque sea de vez en cuando. Que los principales municipios turísticos de las Islas tengan bloqueados los planes generales desde hace décadas es un auténtico terrorismo burocrático. Que para poder pedir una simple licencia y mover una piedra haya que sortear montañas de papeles custodiados por indolentes técnicos es aberrante. Que los pequeños emprendedores tengan que hacer sobre esfuerzos para subsistir no es de recibo. Tiempo perdido que hubiera significado empleo y desarrollo para un Archipiélago que es la tierra del ‘no se puede’ y que no está para dejar escapar más trenes.

Millones de euros sin invertir, puestos de trabajo sin cubrir, hoteles o parques temáticos sin levantar son reflejo de la negligencia del sistema. El futuro de todos necesita más que nunca de una eficaz racionalización de las leyes del territorio y del apoyo incondicional a aquellos que asumen riesgos sin red. A esos hay que tenderles puentes de oro y plata y no barreras infranqueables. El entramado legislativo es tan denso que las manijas de la inversión se oxidan sin remisión y estrangulan el porvenir. Los proyectos se arrinconan y muchos acaban perdidos en pleitos judiciales interminables o en el cajón del olvido y de la frustración.

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