Observatorio

Conspiradores chapuceros

Conspiradores chapuceros

Conspiradores chapuceros

Jorge Dezcallar

Jorge Dezcallar

Esta semana se han producido dos acontecimientos en dos países muy diferentes entre sí y situados en dos continentes alejados que casi bordean el ridículo e invitarían a la risa si no fuera porque tienen en común ser intentos frustrados y graves de acabar con la vida democrática en dos países tan importantes como Perú y Alemania. Y aunque ambos tienen aires de tragicomedia, sería un error no tratarlos con la seriedad que merecen.

El primero se ha producido en Perú, un país de política desdichada pues ha tenido seis presidentes en los últimos seis años, y en el que todos los presidentes que ha habido desde 1990 han acabado investigados, procesados, en la cárcel, bajo arresto domiciliario o en proceso de extradición por acusaciones de corrupción. Incluso uno de ellos, Alan García, se suicidó antes de ser detenido. Es un récord difícil de superar que implica que o bien la corrupción está en Perú más extendida que en otros lugares o que allí se lucha contra ella de una manera particularmente eficaz, y probablemente ambas cosas sean ciertas al mismo tiempo.

El Gobierno actual era un prodigio de funambulismo que ha logrado mantenerse en el poder durante casi un año y medio, periodo durante el cual ha «quemado» a cinco primeros ministros y ha intentado forjar alianzas desde con la izquierda más radical hasta con las derechas conservadoras que, justo es también reconocerlo, desde el primer día han negado el pan y la sal a este maestro rural sin especial formación que llegó al poder con el apoyo de ideólogos revolucionarios de extrema izquierda, y con un enorme sombrero de paja para remarcar su origen campesino y prometer reformas inclusivas de la mayoría indígena marginada desde los tiempos de la misma Conquista. Pero nada le ha funcionado, y cuando Pedro Castillo, que así se llama, vio que el Congreso le quería destituir mediante un voto de confianza tras acusarle de corrupción, se quiso adelantar con un autogolpe de Estado y la pretensión –al mejor estilo Donald Trump– de disolver él antes la Cámara, dotarse de poderes extraordinarios –y decía– convocar elecciones en nueve meses para elegir una asamblea constituyente que redactara una nueva Constitución. El resultado no ha sido el que esperaba porque el Legislativo no se ha dejado disolver y, respaldado por el Poder Judicial, las Fuerzas Armadas y la Policía, le ha destituido, primero, y arrestado, después. Hoy Pedro Castillo comparte cárcel con su predecesor Alberto Fujimori a cuya hija, Keiko, derrotó en las elecciones del año pasado. Su vicepresidenta ha asumido la presidencia pero carece de apoyos parlamentarios y es dudoso que pueda asegurar la estabilidad que el país necesita.

Lo de Alemania es aún más inverosímil y chusco a pesar de lo serios que son por allí cuando no están sumergidos en mares de cerveza en festejos tipo Oktoberfest. Al mejor estilo QAnon, un grupo de conspiranoicos de extrema derecha, liderados por un aristócrata que se hace llamar príncipe y que no debe estar muy bien de la cabeza, quería dar un golpe de Estado que acabase por la fuerza con la República Federal y con la misma vida del canciller Scholz por pensar que solo son una cortina de humo del Estado profundo que realmente gobierna Alemania. Una locura en la mejor tradición de los Protocolos de Sión y otras bazofias tan del gusto de los partidarios de las teorías de la conspiración, no muy diferentes de los que entre nosotros todavía hoy insisten en que hay que «aclarar» lo que realmente ocurrió el 11 de marzo de 2004. Al parecer este grupito tenía el apoyo de algunos militares, policías y miembros del partido de ultraderecha Alternativa por Alemania. Por el momento hay una veintena de detenidos acusados de terrorismo, que se me antojan muy pocos para dar un golpe de Estado contra la voluntad democrática de 100 millones de alemanes, que deben estar flipando en tecnicolor con la noticia. Igual que nosotros nos avergonzamos con las imágenes de los tricornios de aquel aciago 23 de febrero en las Cortes, o a los americanos supongo que les avergüenzan también las de los estrafalarios tipos con cuernos que asaltaron el Capitolio hace ahora casi dos años.

Hay que tomar en serio estas cosas porque que nos parezcan y sean ridículas no quiere decir que no sean también graves.

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