Un carrusel vacío

Lo que sí es cierto

Lo que sí es cierto

Lo que sí es cierto

Marina Casado

Marina Casado

En estos días en los que gran parte del planeta ha vivido pendiente del desarrollo del Mundial, comenzar confesando que nunca he logrado ver más de cinco minutos seguidos de un partido de fútbol podría considerarse casi una provocación. Sin embargo, es la realidad.

Mi absoluto desinterés por este deporte me convirtió en una de esas pocas españolas que, el año en que ganó el Mundial nuestra amada patria, estaba haciendo otra cosa mientras se disputaba el partido. No pretendo dármelas de intelectual. Podría haber estado escribiendo poesía o leyendo, pero, de hecho, recuerdo que me hallaba entretenida con un videojuego: Los Sims. Mientras decoraba la cocina de una familia de vampiros, me llegaban los vítores de los vecinos de arriba, de los de abajo, de mi propio salón… Cuando la victoria fue definitiva, salí de mi dormitorio como quien sale de la cueva. Un montón de personas se lanzaban a la piscina de la urbanización con ropa y todo. El jolgorio era escandaloso y pensé que me hubiera gustado formar parte de aquello, alegrarme junto a toda esa gente. Pero soy incapaz de verlo como algo distinto a una serie de señores que se disputan un balón y marcan goles y ganan mucho dinero. Un juego, nada más. Un juego que no va conmigo.

Habrá quien me llame ignorante y no podría dejar de darle la razón. En el Trivial, lo paso muy mal cuando trato de obtener el «quesito» de deportes. Si mencionaran el nombre de un jugador –más allá de los extremadamente populares, como aquel al que se le cayó la Copa– y me dijeran que es un celebrado doctor en Física cuántica, en vez de un futbolista, me lo creería. Porque sé lo básico y, a veces, ni eso. Pero no solo me pasa con el fútbol; me ocurre con todos los deportes, en general. Ni siquiera puedo decir que sea aficionada a practicarlos yo misma; más bien me generan un rechazo legendario, y mi mayor logro es haber conseguido hacer una hora diaria de bici elíptica mientras veo una serie. Me he intentado exigir más, pero no ha funcionado.

En mi infancia y adolescencia, la asignatura de Educación Física constituía algo así como mi peor pesadilla. Ahora, por lo visto, aumentan una hora en los institutos y yo me alegro, contra todo pronóstico, de ser ya adulta. Cómo olvidar aquellas sesiones de juegos de equipo en los que yo siempre era la última en ser pedida, porque no me movía o, si lo hacía, era para correr en la dirección contraria al balón. Mi torpeza física no alcanzaba tales extremos, pero hay que añadir una natural introversión que me producía ansiedad ante cualquier mínima interacción con los compañeros. Por no hablar de la escasa popularidad que todo esto generaba.

He leído por ahí que el poeta madrileño Pedro Salinas escribió un Manifiesto del Antideporte. Creo que nunca llegó a publicarse, pero intuyo que me hubiera sentido muy identificada. Ahora habrá quien piense que claro, que Salinas era poeta y a los poetas no les gusta el fútbol, pero esto son prejuicios, porque ahí está también Rafael Alberti, que escribió en los años veinte una oda al futbolista Platko tan encendida y emocionada que algunos críticos creyeron que era homosexual. Y seguro que hay futbolistas aficionados a la poesía… Creo que son realidades independientes.

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