In memoriam

Eterno Fainos, maestro de la vida

Como brillante economista conocía muy bien el valor de la vida, de la familia y de los amigos

Eterno Fainos, maestro de la vida

Eterno Fainos, maestro de la vida

Fernando Canellada

Fernando Canellada

Todos los amigos al morir dejan un hueco irreemplazable. El de Fainos es inmenso, tanto como la inmensidad de amigos que atesora. El fallecimiento de José Manuel Rodríguez Moral, Fainos, es un acontecimiento tristísimo. La muerte, siempre inesperada e injusta, cuando tiene nombre y apellidos que de nuestro universo personal y emocional, golpea más duro. Ha muerto un asturiano universal, un hombre bueno, honesto y leal, un pensador liberal que apostó por la vida lejos de la ‘hoguera e las vanidades' que le ofrecía una efervescente carrera en la banca y las finanzas.

Eterno Fainos, que dolor, que inmenso dolor. No gozaremos nunca más de su vitalidad y de su gloriosa compañía. Era el mejor conversador en las reuniones y en los almuerzos, el oportuno contador de anécdotas, con picardía y con humor, un tipo especial en su naturalidad.

Como brillante economista conocía muy bien el valor de la vida, de la familia y de los amigos. Sabía de números, sin ser calculador, y siempre tenía soluciones, ofrecía ideas y alternativas que salían de su diáfano cerebro. Inteligente, entusiasta, entregado, amable, afectuoso, su compañía nos causaba un deleite inolvidable. Era un hombre que acercaba a las personas, un creador de redes humanas. Decir Fainos despierta en muchos en Gran Canaria, y en media España, un afecto y unos recuerdos entrañables.

Fue un espíritu libre, tal vez por ser un gijonés curtido por Londres, Galicia, el País Vasco y Cataluña antes de recalar en Canarias. Los seres inteligentes, como él, tienen las raíces en la tierra y el espíritu en todas partes. Casado con Eva Friera Acebal, la mujer más guapa de Gijón de su época, se consagró a ella en plenitud. Estaba enamorado de su esposa y de su profesión, de la que no se había jubilado ni lo pensaba. Murió con las botas puestas, con su asesoría de Perojo bien nutrida de clientes, todos amigos y confidentes, y con infinidad de asuntos por resolver de tantos como acudían a su consejo y asesoramiento. En el Colegio de Abogados conocen su ejemplar labor, como también sus colegas del Colegio de Economistas.

Nos había advertido el pasado sábado que tenía “unas goteras” de salud, que aplazábamos un encuentro en La Encina por su visita a Hospital San Roque, pero la avería era un torrente cancerígeno que se lo llevó en cuatro días. Parecía indestructible. Pero como todo ser humano, nuestro grandísimo amigo, no lo era. Su aliento nos acompañará siempre y el consejo que inmortalizó en su libro queda como lema para la vida: «no importa a dónde, camina con tus amigos». José Manuel Rodríguez Moral se aplicó en ello. No solo a caminar, sino a comer, a beber y a reír; a escribir artículos, a opinar en Radio Las Palmas o en la emisora de Francisco Javier Chavanel. Sensible e inteligente, disfrutaba en sus peregrinaciones a Teror y a Santiago de Compostela; en sus paseos alrededor de la capital grancanaria o por su Gijón del alma. En definitiva, gozaba de la vida con intensidad y con inteligencia.

Puedo decir, sin exagerar, que descubrí en la calle de Viera y Clavijo de Las Palmas de Gran canaria a uno de los más grandes gijoneses que he conocido.

En estas tristes horas de su repentina despedida, se agolpan recuerdos de estos años y de las inovidables reuniones del grupo de astur-canarios. Hay algo que permanece fijo en mi cabeza: su bondad, su corazón y su alegría inconmensurables. Fainos era un gran señor, tenía calidad humana y una generosidad sin límites.

Hijo de un industrial asturiano del textil, con sangre materna de ferroviario, se formó con los claretianos en el Corazón de María de Gijón; y con los jesuitas en la Universidad Comercial de Deusto. Su carácter se forjó con esos mimbres morales e intelectuales. Nos lo había dicho en la presentación de su libro Verdades mentirosas, donde recopilaba sus artículos en LA PROVINCIA. De las aulas de Deusto, donde contemplaba ya las maneras de Mario Conde, empezó su trayectoria profesional en la industria para pasar a la banca. Se curtió a las órdenes de un prometedor Isidro Fainé en Bankunión y a diferencia de Antonio Brufau y otros líderes bancarios de su generación, cambió de cordada y tomó otros caminos. Su esposa Eva puede estar muy orgullosa. Fainos era de los que no tenía necesidad de mentir para ser feliz. Poseía el don de la felicidad, esa experiencia de plenitud que uno siente cuando construye, edifica y genera bien a su entorno.

Recuerdo el último día que estuvimos con él y con Eva. Un domingo en el que compartimos un cochino a la sal, preparado en Ingenio; y concluimos con un arroz con leche a la asturiana. Disfrutaba tanto de esos encuentros como nos hacía disfrutar a los demás.

José Manuel, amigo Fainos, a tu lado hemos aprendido mucho. Me quedo con tu palabra, con tu bondad y tu sonrisa. La muerte es solo la suerte con una letra cambiada. Gran Canaria pierde a un grande gijonés. Llevaremos siempre con nosotros la intensidad de tu amistad. No te olvidaremos nunca.

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