Observatorio

Por qué es esencial hablar de ética

Leo Messi, con su familia, tras ganar el Mundial.

Leo Messi, con su familia, tras ganar el Mundial.

Salvador Macip

La copa del mundo de fútbol celebrada en Catar ha planteado un interesante dilema moral a nivel global. El hecho de que el país árabe consiguiera la organización del mundial de una manera sospechosa como parte de una campaña orquestada para limpiar su imagen, y que eso visibilizase una serie de carencias en temas de derechos humanos planteó la posibilidad de boicotear el acontecimiento para evitar ser cómplices de actividades que chocan frontalmente con lo que las sociedades más avanzadas consideran que deben ser los mínimos éticos a los cuales tiene que aspirar la humanidad. Viendo las cifras de audiencia televisiva que han tenido los partidos, queda clara cuál fue la decisión colectiva ante el reto que se nos había presentado.

Y es que el fútbol juega un papel importante en las vidas de muchas personas en todo el planeta y, consecuentemente, mueve una cantidad fenomenal de dinero, cosa que le otorga un poder unos cuantos órdenes de magnitud superior al que le correspondería a un espectáculo que tiene el entretenimiento como principal razón de ser. Pero hay otras situaciones, más relevantes para nuestro futuro, que, a pesar de que reciben menos atención, también nos plantean problemas morales de alcance internacional complicados de resolver. Aquí tendremos más oportunidades de demostrar que, cuando va en serio, le damos a la ética la importancia que requiere. Me refiero a los desafíos que crean los avances científicos y, en particular, los relacionados con la medicina.

La bioética nació en los años 70 del siglo pasado para lidiar con estos retos que se plantean en salud humana (y, posteriormente, también en la de los animales). Ahora tiene mucho trabajo gracias a los fantásticos avances que estamos viendo en campos como la genética, que nos están forzando a discutir escenarios de un futuro que podría acabar siendo bastante distópico. El II Congreso Internacional de Bioética, organizado hace unas semanas por la Fundació Víctor Grífols en la Universitat de Vic, y al cual tuve la oportunidad de contribuir, fue un ejemplo de estos intercambios de ideas, cada vez más imprescindibles, que tienen que definir hacia dónde queremos ir como especie.

Uno de los temas presentes en el congreso fue el impacto en las libertades personales de las decisiones que se tomaron para proteger a la población durante la pandemia de covid-19. El caso extremo del fracaso de la política de covid cero del Gobierno chino es un ejemplo de abuso autoritario por el que en principio es un objetivo válido: salvar vidas. En Occidente, por otro lado, se tomaron algunas decisiones poniendo motivos económicos por delante de la salud, y vendiéndolas como una protección de los derechos del ciudadano. La ética a menudo salta por la ventana cuando el dinero entra por la puerta.

De esto se habla en congresos y en círculos universitarios, pero todavía falta que el debate llegue masivamente a la calle, que es el paso más importante. Esta fue una de las conclusiones de la sesión plenaria de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC, precisamente centrada en la bioética, que se celebró la semana pasada. Coincidimos en que hay que introducir el tema en los institutos, para que los ciudadanos del futuro estén preparados para este tipo de discusiones. Pero también hay que trabajarlo en todos los grados universitarios. Y, finalmente, hay que hablar con naturalidad a los medios, como estamos haciendo ahora, para que llegue a todo el mundo: estas cuestiones no se tienen que dejar solo a las élites intelectuales y políticas.

Viendo cómo hemos reaccionado ante el problema ético que nos planteaba Catar, desde aquellos personajes poderosos que aparcaron la moral cuando se encontraron un fajo de billetes encima la mesa al ciudadano medio que ha contribuido pasivamente a validar la maniobra de blanqueamiento de un régimen absolutista desde la comodidad del sofá, hay pocos motivos para ser optimistas a la hora de pensar en algunas decisiones realmente esenciales que se tendrán que tomar en la segunda mitad del siglo XXI. Este mismo poder económico que sabe vendarnos los ojos cuando están en juego unos cuantos ceros en una cuenta corriente, puede desequilibrar la balanza en los momentos importantes. A menos que entendamos qué nos estamos jugando. Por eso todos tendríamos que hacer un esfuerzo para ser más fluyentes en el lenguaje de la ética, si no queremos que los de siempre nos continúen marcando goles por la escuadra.   

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