Reseteando

Macron no consuela a Mbappé

Emmanuel Macron abraza a Kylian Mbappé.

Emmanuel Macron abraza a Kylian Mbappé.

Javier Durán

Javier Durán

Al final del apoteósico Francia-Argentina faltó un reconocimiento para Macron como sobón mayor de Catar. De haber ganado la grandeur, el presidente no hubiese tenido que ser un consolador para su equipo de hijos de emigrantes curtidos en los extrarradios. Pero la derrota le obligó a optar por el único papel posible: un baboso que no logró arrancarle ni una sonrisa a la estrella hundida Mbappé, pese a las carantoñas y achuchones a alguien realmente frustrado y con cara de pocos amigos. La prensa francesa subraya, con declaraciones de todo el arco político, el comportamiento «ridículo» de Macron, que en un momento revelador pensó que el sentido histórico de la patria napoleónica iba a aplastar el sufrimiento congénito de la messiología. Entubado por la euforia, no le importó exhibirse junto al emir que, presuntamente, ha corrompido a parlamentarios europeos para conseguir el favor internacional, acusación de una investigación que se extiende a Marruecos. Bajo esta atmósfera de sospecha, con la burocracia europea acojonada por lo que está aún pendiente de aflorar, el inquilino del Elíseo no dudó en llevar a una troupe para el emirato, gastarse un porrón de euros y contaminar lo que hiciese falta con su avión. Disonancias, claro está, que en el caso de una victoria nacional ni se hubiesen mencionado, pero ahora el jefe republicano es un gastón y un sobón. Hay que reconocer que supo cambiar de rol en todo momento: el despertar de la selección y de Mbappé le llevó a quedarse en mangas de camisa. Podía haberse difuminado con la derrota, pero optó por bajar al césped para ayudar al inconsolable diez de los franceses a gestionar con mano izquierda su amargura. Y luego, finalmente, entró en el vestuario para echarles una arenga nacionalista. Frente a este acto unipersonal para estar a las duras y las maduras, el pueblo argentino mostraba su rostro colectivo, sufriente, casi como si Messi y Maradona, con la abuela del primero en la Vía Láctea, llevasen a la gran masa a la consulta del psiconalista para decirle cuál había sido la cura del mal.

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