Desde la sala

Una Navidad más allá del tiempo y del espacio

Nochebuena en las zonas comerciales de Las Palmas de Gran Canaria

Nochebuena en las zonas comerciales de Las Palmas de Gran Canaria / Juan Castro

Myriam Z. Albéniz

Myriam Z. Albéniz

24 de diciembre. Cierro los ojos y puedo sentir un intenso frío en mi rostro. Soy una niña sacando vaho por la boca mientras escribe su nombre en los escaparates, la nariz pegada a los cristales. Está nevando y, pese a mis airadas protestas,  mi madre me ha puesto botas, gorro, bufanda y guantes. Donde yo nací, el suelo está hoy resbaladizo y la gente recorre las gélidas calles apresuradamente, las manos llenas de paquetes,  los corazones llenos de sentimientos, las mentes llenas de recuerdos. Cierro los ojos y, a mi paso, puedo ver el fulgor de las luces del imponente Árbol de Navidad que se yergue, orgulloso y colorido, en medio de la pamplonesa Plaza del Castillo. A sus pies, un precioso Belén de figuras clásicas representa el Nacimiento de Jesús. Cierro los ojos y puedo escuchar los sones de los villancicos de mi infancia, las zambombas, las panderetas, los gritos de un castañero ansioso por hacer su agosto a final de año.  Cierro los ojos y puedo oler, presidiendo la mesa, el maravilloso aroma del cardo cocinado por mi tía con primor, de la bandeja de turrón, del vino rosado. No falta nadie. Somos felices. Es Nochebuena.

24 de diciembre. Abro los ojos y, a mi paso, palmeras y flores de Pascua jalonan  la Rambla santacrucera. Donde yo vivo, la atmósfera es cálida y el cielo azul, una bóveda perfecta. Año tras año, la Navidad con sol me sigue pareciendo un milagro. Lejos quedan ya mi niñez y mi ciudad. Mis padres partieron en sendas primaveras, ella una noche, él una tarde, pero antes me regalaron la compañía permanente de su espíritu. Deseo de todo corazón que mis hijos, sus nietos, continúen reviviendo estas fiestas ahora y siempre. La gente seguirá recorriendo las calles. La iluminación navideña decorará de nuevo avenidas y callejuelas. Y en mi tierra de adopción arroparán al Recién Nacido con una manta esperancera. Y se oirán los mismos villancicos, las zambombas, las panderetas. Y las truchas no estarán rellenas de jamón sino de batata, poniendo el broche ideal a la velada. Y no faltará nadie, ni los presentes ni los ausentes, que nos acompañarán en la memoria de una noche más allá del tiempo y del espacio. Somos felices. Es Nochebuena.»

Este año, más que nunca, se vuelve necesario celebrar estas fechas tan señaladas desde la esencia, porque somos conscientes de que cada momento es único, de que las cosas importantes son aquellas que no se ven y de que cada detalle marca la diferencia. De que, a pesar de las circunstancias adversas que últimamente se acumulan, somos fuertes y nos adaptamos de la mejor manera a cada situación. Y de que, a través de pequeños gestos, se contribuye a aflorar la alegría y la unión. Necesitamos sentirnos juntos desde el corazón y saber que, con nuestro esfuerzo, retornaremos a tiempos mejores.

Porque, sea cual sea el concepto de cada persona sobre la Navidad, lo cierto es que constituye una oportunidad única para reflexionar en familia, dejar atrás los recuerdos negativos y mirar hacia delante, como lo hicieron los Reyes Magos al seguir la luz de la Estrella que iluminaba sus pasos hacia Belén. Ojalá cada adorno, cada villancico y cada acto de celebración sirvan para crear ese atmósfera de amor y paz que tanto necesita el mundo. Por mi parte, una temporada más retomaré mi columna habitual a mediados de enero. Agradecidísima como siempre por poder expresar mis pensamientos con libertad y desde el respeto, les traslado emocionada mis mejores deseos de una muy Feliz Navidad y Año Nuevo. Que así sea.

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