Notas de un espectador

Pura mamitis y el reino del adjetivo

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante una sesión de control al Gobierno en el Senado, a 21 de diciembre de 2022, en Madrid (España).

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante una sesión de control al Gobierno en el Senado, a 21 de diciembre de 2022, en Madrid (España). / Jesús Hellín - Europa Press

Juan Cruz Ruiz

El adjetivo es un instrumento letal en manos de cualquier persona dotada de poder. En realidad, de cualquier persona. No hace falta ser poderoso, de cualquier poder, también del antiguamente tenido como Cuarto Poder, para hacer del adjetivo un arma que le dé al otro en el ojo.

Es tan poderoso el adjetivo, tan imprescindible, en la demostración de arrojos de los barrios, de los pueblos, de las naciones, y de los medios políticos o informativos, que ahora la Academia de la Lengua (que en realidad hace crónica de lo que se habla en la vida española, a la que sirve y de la que extrae palabras), acaba de poner al adjetivo en casi todos sus hallazgos recientes del habla.

Los medios se han hecho eco puntual, como si así se explicara que la cosa llega en punto, de lo que ahora ya se puede decir sin miedo a ser tachados de formar parte de cualquier revuelta contra la ortodoxia de hablar y de escribir. Lo más sobresaliente de lo que han encontrado, lo más repetido por la prensa y adheridos, han sido adjetivos. En concreto, las palabras más usadas en la vida común, y ahora por eso entronizadas en el diccionario de estas autoridades de la Academia para que el vulgo las diga sin miedo a la cárcel de papel, son: Micromachismo, mamitis y conspiranoico. (Ya sé, ya sé que mamitis no es adjetivo, pero ¿a qué parece y además se dice como si fuera un adjetivo?) .

Google no ha debido enterarse aún, pues yo acabo de escribir, y además en cursiva, para que el lector me siga lo que luego voy a decir, las tres palabras concretas que más han llamado la atención a los medios entre las que la RAE ha santificado y dos de ellas, micromachismo y conspiranoico, me aparecen con el maldito subrayado en rojo al que le temo más que a un nublado, pues siempre que lo veo tengo que volver atrás para averiguar dónde he dicho digo en lugar de diego.

En todo caso, la primera impresión que me ha producido esa selección de lo que se dice y que todavía no había sido bautizado por la autoridad competente es, discúlpenme los puristas, de deja vu. Pero, ¿no estaban ya esas palabras en el diccionario? ¿Cómo es que los académicos del más pulcro de nuestros recetarios verbales no se habían dado cuenta de que gente como yo, que tiene exactamente 74 años más algunos meses, ya tenía mamitis al empezar a saber, o a intuir, lo que era una teta?.

Mamitis se dijo en mi barrio antes de que aprendiéramos a leer los que tuvimos la suerte de alcanzar ese clima alfabético, y acaso por eso, porque es una palabra más vieja que La Tana, se me hizo raro verla entre los otros adjetivos nuevos detectados por la Docta Casa en la selección habitual de las novedades que entran en el Diccionario.

Lo otro que me ha llamado la atención, naturalmente, ha sido esta santificación del adjetivo como palabra rescatada del lenguaje habitual del país hablante. Mamitis (adoptémosla como adjetivo) alude a la pasión por la madre, micromachismo alude a la pasión por creer en que las pequeñas cosas también deben ser mandadas por lo hombre, y conspiranoico ya saben lo que es, de modo que no me detengo, porque mi intención en este artículo que parece hecho para imitar (¡Dios me libre!) a don Darío Villanueva, que desde el suplemento abril abunda con verdadera inteligencia en estas cuestiones del habla dicha o escrita, no es la de poner los puntos sobre las íes a la RAE. Ni mucho menos.

En realidad, quería llevar el agua al molino propio, el del periodismo, que, ay, es desde hace tiempo hijo natural de la política. Desde hace mucho tiempo, y eso lo llevo diciendo con la machaconería de un conspiranoico, el adjetivo ha hecho mella en nuestro oficio, que debería ser un trabajo con sustantivos, es decir, con hechos (facts, facts, facts!, decían los viejos maestros británicos), y no con ocurrencias, que se dejan para la opinión, actualmente mezclada hasta el infinito con las esencias del viejo oficio.

La política lleva años adoptando el vicio del adjetivo, pues en su propia naturaleza no es sólo sustantiva, es decir, obligada a los hechos, sino opinativa, abierta a cualquier cosa, incluida el insulto. Lo malo de la política, actual y vieja, da igual, es la tendencia que tienen los que la ejercen en la actualidad a adaptarla a las bestialidades que se dicen (adjetivos todos ellos, por supuesto) para que se repitan y para que, esto es lo malo, tengan incidencia en las urnas.

Al fin y al cabo, por lo que observo ahora (por ejemplo, en lo que dice el líder popular: popular, otro adjetivo, como socialista, o comunista, por cierto) es que hay que «anticipar elecciones». Ahí hasta la palabra, el verbo, anticipar parece un adjetivo, pues las elecciones, a no ser por razones de fuerza mayor para el convocante, sólo se estiman convocables (¡el subrayado rojo ya me ha fastidiado el último vocablo!) cuando al que está en el poder le venga bien, es decir, le convenga.

El adjetivo ahora salta del Parlamento a la calle, o al menos al periodismo, que es la calle por otros medios, sin demasiada perturbación o vergüenza propia. En el caso de esta legislatura, o sea, en el tiempo que lleva Pedro Sánchez (¡han hecho de su nombre un insulto, esta sí que es una desvergüenza nacional!) en el poder, el político madrileño ha sido llamado de todo, por los medios y, naturalmente, por las oposiciones, la de la derecha y la de la extrema derecha. Pablo Casado, que ya no está, lo llamó felón y hasta veinte adjetivos de esa ralea; luego lo llamaron otras cosas, hasta que la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, lo llamó en fecha muy reciente tirano, algo que le han copiado otras lumbreras.

No tengo ahora tantos recursos como para poner aquí todos los enlaces, pero si ustedes buscan las palabras felón y tirano verán que la verdad es que si hemos nacido para hablar así de las otras personas mejor es tachar hasta el Diccionario de la Lengua.

No lo aconsejo, por supuesto, pero sí aconsejaría, a políticos y a periodistas, y también a cualquier ciudadano, que empiece a buscar sinónimos. Por lo menos que hagan caso a lo que decía Tony Leblanc para atenuar la brutalidad de ciertas expresiones. Decía, por ejemplo, que en lugar de dar este consejo: «De los cuarenta para arriba no te mojes la barriga», deberíamos dar este otro: «Si has cumplido los cuarenta y vas a Hendaya no pases de la arena de la playa». O en lugar de esta barbaridad: «Éramos catorce y parió la abuela» deberíamos decir: «Éramos catorce en casa ya y tuvo un hijo la mamá de papá».

¿Ven? Mamitis pura, pura mamitis, pero dicha en académico.

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