Tropezones

¿Libros?

Lamberto Wägner

Lamberto Wägner

Acabo de volver de sendas consultas a mi gestoría y a mi abogado, y advierto con cierta sorpresa lo lejos que está llegando la digitalización en los despachos de profesionales. En el primer caso una de las paredes del despacho está forrada con los 110 tomos de la enciclopedia Espasa Calpe. Pero casi todos todavía envueltos en celofán, y seguramente sin haber sido nunca manipulados. A modo de justificación me asegura mi gestor que hoy día “está toda digitalizada”.

Mi visita a mi abogado es similar: antes recuerdo que casi todo el despacho estaba tapizado del Aranzadi, el vademécum enciclopédico de publicaciones y casos jurídicos. Ya no. Y efectivamente, me confirma que los antiguos fascículos que le llegaban periódicamente le vienen ahora , desde hace ya bastante tiempo, digitalizados.

Aunque si me aplico el cuento, constato que también yo me he desembarazado de toda la Enciclopedia Británica, que cada año paría un grueso retoño, ya incómodo de ubicar. En mi caso no me ha hecho falta digitalizarla, sino que la he donado directamente a la biblioteca municipal, junto con casi 20 años del invasivo “National Geographic” aceptados por cierto a regañadientes. Y advierto también que aunque dispongo de toda suerte de diccionarios y manuales de ayuda al escribidor, las más veces pincho en “Google” para salir del paso.

Pero hete aquí, que junto a esta irrefrenable tendencia de convertir lo analógico en digital, se suma un reciente interés en los medios por las bibliotecas de escritores. Y paradójicamente lo que prima en este caso no es el minimalismo librero sino todo lo contrario. Por mucho que los autores traten de desvincular la cantidad de volúmenes de la calidad de su patrimonio literario, el comentarista mediático se ceba en el número de libros: Vargas Llosa 30.000, Pérez Reverte 32.000, mi buen amigo F.P., escritor y editor otros 30.000. Y me detendré en una entrevista a Andrés Trapiello, que en la misma no desvela un guarismo para él irrelevante, pero que sin duda no debe bajar de las 20.000 obras encuadernadas. El entrevistador le plantea al coleccionista, librópata, fetichista de primeras ediciones u otros calificativos que cabría asignarle al brillante escritor, las preguntas obligadas de cualquier curioso ante tanto libro: ”pero vamos a ver, ¿los ha leído todos?”. Esta pregunta es desviada hacia una respuesta algo ambigua sobre asimilar el espíritu del libro, más que su contenido literal. Pero en el turno de preguntas del público aparece el lector enteradillo que dice haber calculado el número máximo de libros que puede llegar a leer una persona, descontado el tiempo para dormir, comer etc.

¡Y dicho número no llega a los 10.000 ejemplares! La entrevista termina en clave de humor cuando el autor refiere la pregunta de un albañil haciendo un trabajo en la biblioteca, inquiriendo si el escritor “los había escrito todos”. La respuesta de Trapiello fue que por supuesto que sí, quedándose tan pancho su interlocutor.

Y aunque le pese al posible lector de este artículo, sepa que también yo he venido a hablar de mi libro. Y me encuentro con que coincide en mi modesta biblioteca la necesidad de deshacerme de un número de volúmenes que dificulta ya su acomodo, con el apego a tantas obras que a lo largo de los años han ido acompañando mi trayectoria vital, adaptándose puntualmente a mis cambios de gusto y evolución de preferencias. Y como he de poner fin a mi columna iré cerrando ya, desvelando el número aproximado de mis libros atesorados.

Yo creía que pasaban de los 3000. Pero al hacer ahora un recuento (la verdad y nada más que la verdad) me sale una corrección “tipo conteo manifestación política”: ¡no llegan ni a 2600!

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