Notas de un espectador

Gracietas morales

Juan Cruz Ruiz

Juan Cruz Ruiz

Ruego que este texto sea

tomado también como

una autocrítica

Los primeros textos que leí en un periódico éstos formaban parte de las páginas que había sueltas, abandonadas en la calle. Despertaban mi curiosidad y yo los leía, arrancándolos de la pura tierra del suelo. Luego ya tuve la suerte de descubrir el periódico propiamente dicho, y no esos meros recortes, y ahí, en contacto con el suelo, nació el vicio de leer prensa, que dura hasta el momento.

Cuando empezó a decirse, demasiado temprano para mi gusto, que el papel como soporte de la prensa iba a dejar de existir, y además en una fecha determinada, así que también iban a dejar de existir los quioscos de prensa e incluso los horarios del periodismo clásico, matutino y vespertino, de modo que habría periódicos todo el día, pero que éstos no serían de papel, yo sentí una melancolía que, como toda melancolía, tiene su esencia reaccionaria.

¿Reaccionario? Sí, porque es en todo caso una reacción contra lo que ahora (casi) todo el mundo llama futuro, que se escribe con minúsculas pero que es la palabra que amenaza con mayúsculas todo lo que es presente todavía, por decirlo con acento de don Antonio Machado.

El hachazo al periodismo de papel, que aun no tiene sus últimas consecuencias, se ha hecho evidente en las redacciones, en primer término, que se han mermado en favor, pero no siempre, del trabajo telemático, y también como consecuencia del grave problema de difusión del papel, pues la competencia (autocompetencia, todos los periódicos tienen sus páginas webs en todo el mundo) del periodismo en red es, sin excepciones, imbatible. No hay remedio: mi nostalgia, o mi melancolía, es un error, como decía para hablar de otros temas (del recuerdo de las vidas, por ejemplo) Simone Signoret, la compañera de Yves Montand.

Así que aquellos periódicos que marcaron la vida de muchos y que, en mi caso, me llevaban incluso a rescatar del suelo los papeles que se les iban despegando de los diarios a aquellos que no hacían nada por conservarlos, están condenados a coexistir con un futuro imperfecto que un día nos hallarán o muertos o durmiendo el sueño de lo que fue.

Así que, amigos, conviene ir leyendo periódicos, cada día y a cualquier hora. Me refiero en este caso a los periódicos de papel. Y no hay que leerlos como reliquias, pues todos (todos) están hechos para ser leídos por contemporáneos de su salida y con el objetivo indudable de interesar a unos lectores y a otros, piensen lo que piensen, quieran lo que quieran. Es decir, a los que leen los periódicos para saber qué pasa y a los que los leen con el objetivo de confirmar sus opiniones, sus intuiciones, sus cabreos o sus posiciones.

En general, cuando se dice posiciones y uno se refiere a la lectura de prensa, ese sustantivo tiene que ver con las posiciones políticas, que son variadas, se supone, como lectores tenga un diario. ¿Qué posición tiene este, qué posición tiene aquel? Lamentablemente el periodismo de hoy apela a los posicionamientos: ¿lees este periódico? Pues eres de este partido, y así sucesivamente.

Ahora estoy dedicando mucho tiempo, o mucha intensidad, a la lectura de periódicos… de papel. Los periódicos digitales, que en general están bien hechos y reflejan más o menos aquello que representa cada uno de los de papel, son parte de mi lectura, naturalmente, pero hay algo que ya no puedo desprender de mi naturaleza de lector, de periódicos o de libros: la costumbre de buscar más en el papel que en la cibernética. ¿Eso me hace un reaccionario? Repito que sí, que en ese sentido lo soy, soy un antiguo, y todavía no sé cómo salir de este atolladero que seguramente será eliminado de mi modo de ser, y de leer, por tanto, cuando ya no pueda agarrar ni pluma ni papel ni nada.

Así que ahora, estos días, estoy leyendo mucha prensa, y también me fijo más en periódicos digitales muy diversos, algunos de los cuales vienen resumidos con profusión por la red de redes, que sigue siendo twitter, tan lleno de puertas de maldad y de sorpresa. Y leyendo tanta prensa he llegado a alguna conclusión que no me gustaría lanzar como una generalización sino más bien como una opinión propia que también debo situar en el terreno de la autocrítica.

Observo que nosotros, los periodistas, los de papel, los de papel y digitales, los que combinan con sabiduría las virtudes y las falacias de la facilidad de publicar que tienen las redes, e incluso aquellos que, teniendo sabiduría, prefieren (o preferimos) contar gracietas (gracietas morales, me gusta llamarlas) en lugar de aprovechar para publicar lo que sabemos después de haberlo comprobado.

Reconozco que mi preocupación tiene como porvenir la melancolía, porque ya ese tipo de periodismo, el que cité en último lugar, el que opta por las gracietas morales y prefiere arrimarse al carro de los que se lo saben todo y escriben o hablan de todo sin buscar material para sus argumentos, se abre paso en todas partes.

El periodismo, como aquellos calendarios de antaño que se iban rompiendo aun antes de llegar al último día de diciembre, está desprendiéndose de su ser, en muchos ámbitos, y no solo en el de los que hacemos periodismo sino también entre los que leen los diarios. Pues estamos unos y otros tratando de entretenernos con lo que creemos saber sin buscar en los que saben la ciencia que necesitamos para saber más y, además, para saber contarlo.

Columnistas, retratistas de la actualidad, incluso reporteros, analistas de la actualidad, están (estamos) poseídos por la tentación de ganar en gracietas a los otros, y de moralizar acerca de cómo deben ser los políticos o los protagonistas de la realidad e incluso los lectores. Y estamos (si lo digo en plural es más creíble) llenando los diarios de soflamas que carecen por completo de autocrítica, propio sobre todo de los que venden su trabajo en política, que es la parte de dentro de los datos y de las confirmaciones y del respeto a aquel que nos parece un imbécil sin sentir que, quizá, el imbécil eres (soy) tú mismo.

Ahora leo muchos periódicos, ya digo, necesito leerlos, necesitaré leerlos siempre, y quisiera ser capaz de cumplir con preceptos que ahora estamos dejando a un lado, a favor del viento de las redes y de los lugares en que se asienta aquel dicho que se refería al material, el papel, del que antes estaban hechos mis sueños: el papel aguanta todo lo que le pongas.

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